Empecé
en esto del periodismo haciendo crónicas para la desaparecida emisora de radio Antena 3 en Zamora después de seguir los partidos que jugaba cada domingo la
Unión Deportiva Toresana, el equipo de mi pueblo.
Me
estrené en Onda Cero dando noticias serias desde las siete de la mañana en ‘Bienvenido a la Jungla’, un
programa despertador desenfadado, y luego empalmé con
un programa veraniego de fin de semana. Pasé también varias temporadas
trabajando en el equipo que sacaba adelante ‘El Callejero’, una hora de radio local cada tarde
de lunes a viernes, mientras a la vez preparaba el programa ‘Protagonistas del Domingo’, de cinco horas de duración en las mañanas dominicales,
lo que en la práctica me dejaba solo un día libre a la semana.
En
verano, Semana Santa o Navidad, épocas en las que desciende el consumo de radio
y las estrellas de los programas se cogen vacaciones, a los mindundis como yo
les daban la oportunidad de su vida (así nos lo vendían): tomar las riendas de
esos espacios o inventar algo para cubrir esas horas de antena vacías. De modo
que con frecuencia me ha tocado trabajar en agosto, de noche y en fin de semana.
Consecuentemente he tenido que devanarme los sesos para encontrar temas de
rabiosa actualidad en épocas vacías, informativamente hablando, invitados interesantes
que accedieran a atenderte a horas intempestivas y, lo más difícil, oyentes
fieles dispuestos a encender la radio para sintonizar tu emisora. Esto sin mencionar a la sufrida familia, que asumía las ausencias como algo consustancial al oficio.
Sé
lo que es trabajar en Nochebuena, Nochevieja, Navidad, Año Nuevo, Reyes, Jueves
Santo, Viernes de Pasión, la Virgen de 15 de agosto, la fecha de menor
actividad en este país, sin duda, y hasta el 1 de Mayo, santo Día del
Trabajador. Por si no fuera suficiente, me ha pasado el último año entrando de
turno a las dos de la madrugada en Onda Madrid.
¿Qué
quiero decir con todo esto? Que el periodista, como el médico, el policía, el
bombero, el juez de guardia, el camarero, el conductor de cualquier medio de
transporte de viajeros y todo aquel que ocupe un puesto en sectores considerados
de servicio público esencial, y ahí incluyo también a los políticos, sabe que
entre sus obligaciones se encuentra la de ejercer sus funciones a cualquier
hora y en cualquier día del año. Luego cada uno establece sus turnos, se rige
por sus convenios y decide si le compensa o no.
Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa |
Os
suelto todo este rollo inspirada en las quejas,
más o menos veladas, de algunos colegas periodistas que cubren la información
política, por la tendencia de Pedro Sánchez a hacerles trabajar en fin de semana
o fiestas de guardar. Me inspira ternura ver cómo emplean en Twitter el dardo
irónico de la conciliación para censurar la agenda del presidente. Conciliación
y periodismo en la misma frase… ¡Ja! No me hagáis reír.
Entiendo que a todos nos está resultando muy largo el proceso de formar Gobierno en España, especialmente a ellos, pero si tanto
les molesta tener que cubrir esta importante noticia en un día en el que
tradicionalmente descansan, lo tienen fácil: Que cedan el testigo a sus colegas
de fin de semana. Conozco a muchos profesionales asentados en estos ‘horarios
demenciales’ deseosos de que ocurra algo interesante, o simplemente algo,
durante su jornada laboral para poder contarlo. También ellos tienen derecho a
que Pedro Sánchez cite a la prensa en domingo o que la presidenta del Congreso
convoque la sesión de investidura en un fin de semana y con la fiesta de Reyes
de por medio.
De
todos modos, no creo que ningún periodista de raza fuera a renunciar a la
oportunidad de cubrir un gran evento. Se lleva en el ADN. He tenido
compañeras que arrastraban su enorme vientre de ocho meses de embarazo a cubrir voluntariamente incendios
devastadores; colegas que, terminado su turno, regresaban a la emisora al enterarse de que
se había producido un atentado; y otros que sobrevívían de milagro a un
especial elecciones y, tras una breve siesta, reanudaban su jornada habitual
para seguir contándolo. Algunos ajenos al oficio piensan que están enfermos,
que son una especie de ‘workaholic’, que sufren dependencia de la adrenalina
que segregan con la actividad informativa. Puede que tengan razón. Por eso dudo
que cualquiera de los que despotrican
por tener que trabajar el domingo para cubrir la comparecencia del nuevo
presidente y conocer de su boca la composición
completa de su gabinete -y más con lo cotizadas que son sus apariciones y lo que
cuesta hacerle preguntas- estuviera dispuesto a perdérselo. Una adicción no se
supera tan fácilmente.
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