Las
mujeres que siempre nos hemos considerado feministas estamos hartas de aclarar
que el feminismo no es lo contrario del machismo ni tampoco su versión femenina.
Es decir, no creemos que la mujer sea superior al hombre por naturaleza ni practicamos lo que podría llamarse, si existiera, el sexismo inverso. Digamos,
entonces, que somos –permitidme la licencia- ese grano que le ha brotado en el
culo al supremacismo masculino para torturarlo, combatirlo y reivindicar la
igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Por este motivo entenderéis
que, al menos yo, no pueda abanderar un sistema en el que borremos del mapa de
un plumazo a los hombres y solo demos oportunidades a las mujeres.
El
anuncio de Irene
Montero, al poco de ser nombrada ministra de Igualdad, de que los puestos
de responsabilidad de su Ministerio iban a ser ocupados solo por mujeres va en
contra de mi muy personal manera de entender el feminismo. Durante años nos
hemos quejado de que los hombres acaparaban empleos y cargos por el simple
hecho biológico de ser hombres. Que solo se les tenía en cuenta a ellos aunque
hubiera mujeres tan competentes o más. Y resulta que ahora pretendemos hacer lo
mismo pero al revés, encumbrando a la otra mitad de la población y excluyéndoles
a ellos de la gobernanza. Tan discriminatoria era la práctica antigua, sobre la
que hemos echado pestes, como la que parece que le gustaría instaurar a la
ministra. Irene Montero no ve dónde está
el problema. De hecho, viene a decir que ya era hora que la tostada diera la
vuelta, que durante siglos han tenido ellos la exclusiva y llega el momento de
tomarnos la revancha. Lo siento pero no. Eso no es igualdad de oportunidades.
Eso no es feminismo.
Recientemente
la actriz Candela
Peña lo explicaba clara y brevemente en la gala de los Feroz, premios que
entrega la Asociación de Informadores
Cinematográficos de España. Durante su discurso para agradecer el galardón concedido
por su papel en la serie ‘Hierro’, la artista elogió a varios hombres presentes
en la sala y añadió que "solas no podemos. Aunque somos la hostia
(sic), necesitamos a los chicos. Contad con nosotras". Creo que muchas
mujeres nos identificamos con ese discurso porque coincide con el concepto de
feminismo que muchas defendemos.
Imagen de Clker-Free-Vector-Images en Pixabay |
En una sociedad formada por hombres y mujeres, las instituciones, las organizaciones, el mercado laboral, la cultura… deben ser un reflejo de esa realidad. Contar solo con las mujeres o con los hombres, dar el poder en exclusiva a uno de esos colectivos y despreciar al otro, pese a demostrar similar talento, no solo es injusto y discriminatorio, sino también muy poco inteligente. Supone renunciar a beneficiarse de lo mejor de cada uno.
Lo
que hay que hacer es reivindicar mayor presencia de las mujeres en todos los ámbitos,
en particular en los tradicionalmente acaparados por ellos. Queremos que se nos
tenga en cuenta, compartir espacios, poder decir: “Aquí estamos,
no es por casualidad y de aquí no nos mueve nadie. Hemos venido para remar juntos”.
Por cierto,
no puedo evitar mencionar aquí la otra polémica de actualidad relacionada
con el feminismo, en concreto con el lenguaje
inclusivo, un asunto sobre el que ya he escrito aquí en anteriores
ocasiones. La RAE vuelve a estar en el ojo del huracán por, en primer lugar,
haber llamado la atención sobre lo incorrecto de elegir la expresión femenina “Consejo
de Ministras” para referirse a las reuniones semanales del actual gobierno mixto. Fue la fórmula
empleada por dos de las nuevas titulares ministeriales en su toma de posesión y,
como han señalado los académicos, resulta gramaticalmente inaceptable. Y en
segundo lugar, por su Informe
sobre el buen uso del lenguaje inclusivo en la Constitución, encargado por
el Gobierno hace más de un año y aprobado por el pleno de la Academia
recientemente. En él precisan que la Carta Magna está redactada de una manera
impecable y, salvo la recomendación de desdoblar términos como rey y reina o
príncipe y princesa, en caso de que alguna vez se reformara este texto, acuerdan
que no hay necesidad de muchos más cambios para feminizarla. La RAE siempre ha
defendido el uso del masculino como genérico y mantienen esa doctrina, mal que
le pese a la vicepresidenta Carmen
Calvo, que sigue perdiendo el tiempo y la energía en esta absurda cruzada
que, en mi modesta opinión, no figura entre las principales preocupaciones o
demandas de la ciudadanía. Particularmente a mí me da igual que el Congreso
siga llamándose Congreso de los Diputados y no de los Diputados y Diputadas o
Congreso a secas. Lo importantes es que allí dentro se legisle pensando en
nosotras.
La
lucha por el feminismo a través del lenguaje pasa no por negar el género
masculino y sustituirlo por femenino, ni por inventarse palabras femeninas
inexistentes. Tampoco por desdoblar forzosamente y hasta la extenuación todos
los términos. Mucho menos por canjear las vocales que marcan el género por la «@»
o la «x», una solución fallida y poco práctica para referirse a ellos y ellas porque
dificulta la lectura, principalmente de quienes sufren problemas de visión y se
comunican a través de herramientas electrónicas. La reivindicación del uso del lenguaje
inclusivo de género pasaría por fomentar el uso de
expresiones alternativas que integran a todos. Por ejemplo, en vez de ministros
y ministras, o solo uno de ellos, ¿qué tal titulares ministeriales? En vez de
hombres y mujeres, o solo uno de ellos, ¿qué tal personas? En vez de niños y
niñas, o solo uno de ellos, ¿qué tal infancia? En vez de alumnos y alumnas,
profesores y profesoras, o solo uno de ellos, ¿qué tal alumnado, profesorado o
cuerpo docente? En vez de los españoles, los catalanes y los asturianos, o su
versión desdoblada o solo femenina, ¿qué tal la población o la ciudadanía española,
catalana y asturiana? En vez del médico y la enfermera, ¿qué tal el personal
sanitario? Solo es necesario hacer un pequeño esfuerzo al escribir. Pero para
eso primero hay que estar verdaderamente convencido y concienciado.
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