Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

Mostrando entradas con la etiqueta conciliación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta conciliación. Mostrar todas las entradas

viernes, 10 de enero de 2020

Periodista 24/7

Empecé en esto del periodismo haciendo crónicas para la desaparecida emisora de radio Antena 3 en Zamora después de seguir los partidos que jugaba cada domingo la Unión Deportiva Toresana, el equipo de mi pueblo.

Me estrené en Onda Cero dando noticias serias desde las siete de la mañana en ‘Bienvenido a la Jungla’, un programa despertador desenfadado, y luego empalmé con un programa veraniego de fin de semana. Pasé también varias temporadas trabajando en el equipo que sacaba adelante ‘El Callejero’, una hora de radio local cada tarde de lunes a viernes, mientras a la vez preparaba el programa ‘Protagonistas del Domingo’, de cinco horas de duración en las mañanas dominicales, lo que en la práctica me dejaba solo un día libre a la semana.

En verano, Semana Santa o Navidad, épocas en las que desciende el consumo de radio y las estrellas de los programas se cogen vacaciones, a los mindundis como yo les daban la oportunidad de su vida (así nos lo vendían): tomar las riendas de esos espacios o inventar algo para cubrir esas horas de antena vacías. De modo que con frecuencia me ha tocado trabajar en agosto, de noche y en fin de semana. Consecuentemente he tenido que devanarme los sesos para encontrar temas de rabiosa actualidad en épocas vacías, informativamente hablando, invitados interesantes que accedieran a atenderte a horas intempestivas y, lo más difícil, oyentes fieles dispuestos a encender la radio para sintonizar tu emisora. Esto sin mencionar a la sufrida familia, que asumía las ausencias como algo consustancial al oficio.

Sé lo que es trabajar en Nochebuena, Nochevieja, Navidad, Año Nuevo, Reyes, Jueves Santo, Viernes de Pasión, la Virgen de 15 de agosto, la fecha de menor actividad en este país, sin duda, y hasta el 1 de Mayo, santo Día del Trabajador. Por si no fuera suficiente, me ha pasado el último año entrando de turno a las dos de la madrugada en Onda Madrid. 

¿Qué quiero decir con todo esto? Que el periodista, como el médico, el policía, el bombero, el juez de guardia, el camarero, el conductor de cualquier medio de transporte de viajeros y todo aquel que ocupe un puesto en sectores considerados de servicio público esencial, y ahí incluyo también a los políticos, sabe que entre sus obligaciones se encuentra la de ejercer sus funciones a cualquier hora y en cualquier día del año. Luego cada uno establece sus turnos, se rige por sus convenios y decide si le compensa o no.

Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa
Os suelto todo este rollo inspirada en las quejas, más o menos veladas, de algunos colegas periodistas que cubren la información política, por la tendencia de Pedro Sánchez a hacerles trabajar en fin de semana o fiestas de guardar. Me inspira ternura ver cómo emplean en Twitter el dardo irónico de la conciliación para censurar la agenda del presidente. Conciliación y periodismo en la misma frase… ¡Ja! No me hagáis reír. 

Entiendo que a todos nos está resultando muy largo el proceso de formar Gobierno en España, especialmente a ellos, pero si tanto les molesta tener que cubrir esta importante noticia en un día en el que tradicionalmente descansan, lo tienen fácil: Que cedan el testigo a sus colegas de fin de semana. Conozco a muchos profesionales asentados en estos ‘horarios demenciales’ deseosos de que ocurra algo interesante, o simplemente algo, durante su jornada laboral para poder contarlo. También ellos tienen derecho a que Pedro Sánchez cite a la prensa en domingo o que la presidenta del Congreso convoque la sesión de investidura en un fin de semana y con la fiesta de Reyes de por medio.  

De todos modos, no creo que ningún periodista de raza fuera a renunciar a la oportunidad de cubrir un gran evento. Se lleva en el ADN. He tenido compañeras que arrastraban su enorme vientre de ocho meses de embarazo a cubrir voluntariamente incendios devastadores; colegas que, terminado su turno, regresaban a la emisora al enterarse de que se había producido un atentado; y otros que sobrevívían de milagro a un especial elecciones y, tras una breve siesta, reanudaban su jornada habitual para seguir contándolo. Algunos ajenos al oficio piensan que están enfermos, que son una especie de ‘workaholic’, que sufren dependencia de la adrenalina que segregan con la actividad informativa. Puede que tengan razón. Por eso dudo que cualquiera de los que despotrican por tener que trabajar el domingo para cubrir la comparecencia del nuevo presidente y conocer de su boca la composición completa de su gabinete -y más con lo cotizadas que son sus apariciones y lo que cuesta hacerle preguntas- estuviera dispuesto a perdérselo. Una adicción no se supera tan fácilmente.

domingo, 2 de diciembre de 2018

La fecundidad es cosa de dos

El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado un avance de la Encuesta de Fecundidad 2018, que aporta datos muy interesantes. No es que nos descubran nada nuevo, pero permiten constatar una cruda realidad. Resumiendo las conclusiones, viene a decir que las mujeres españolas querrían tener más hijos de los que tienen, pero se echan atrás cuando analizan las dificultades que existen para conciliar y lo cara que sale una criatura. Es triste leer que más de la mitad de españolas entre los 45 y los 49 años, cuando llegan al final de su edad fértil sin haber experimentado la maternidad, confiesan que habrían querido tener hijos. Pero lo fueron posponiendo. Nunca era un buen momento. Si todas nos paráramos a esperar que llegara el momento adecuado, la especie se extinguiría.

Esta encuesta, la primera después de casi 20 años, cuenta por fin con un apartado dedicado a los hombres. Algo inédito hasta ahora. ¡Qué detalle! Aunque la muestra de varones encuestados sea sensiblemente inferior que la de mujeres, todo sea dicho. No voy a entrar a analizar al detalle el tipo de preguntas impertinentes que plantea la encuesta, un asunto que ya en su día denunciaron algunos medios. Voy solo a destacar algo que me ha resultado curioso sobre la difusión que se la ha dado al avance de resultados de este estudio que conoceremos al completo en 2019.

A pesar de que el proyecto técnico de la encuesta interroga sobre temas cruciales indistintamente tanto a hombre como mujeres, los resultados que se han distribuido desde el INE y que recogen los medios de comunicación, en lo relativo a los hombres solo abundan en la fecundidad deseada. Es decir, los datos de investigación que se comparten sobre los ellos dan a entender que solo importa conocer si desean o no tener hijos y, en caso afirmativo, cuál sería su número ideal. En cambio ellos no aparecen en los gráficos sobre los motivos que les llevan a no ser padres o a limitar el número de mocosos que aspiran a criar. Ni siquiera aparecen en el epígrafe sobre los incentivos o ayudas que les animarían a ser papás.

Cualquiera diría que solo es responsabilidad de la mujer traer niños al mundo. Naturalmente que la que va sufriendo los efectos físicos del embarazo, el parto y el posparto es ella, pero el bebé es cosa de dos y una vez en este mundo debería cambiarle la vida a ambos progenitores, al padre y a la madre, si es que hablamos de una clásica pareja heterosexual. Pero leyendo las conclusiones de esta investigación en la mayor parte de los medios, parece como si las únicas preocupadas por la conciliación, por cómo les va a afectar la maternidad y por su puesto de trabajo somos nosotras… Y lo triste es que es así. El hombre, cuando piensa en ser padre, no valora cómo va a influir este hecho en su carrera profesional. En definitiva: No ha nacido el hombre que decida no procrear por miedo a perder un ascenso. Y en eso también sois muy afortunados.

martes, 13 de diciembre de 2016

El estéril debate sobre esa quimera llamada conciliación

Otra vez andamos a vueltas con la conciliación y los horarios laborales. Ahora es la ministra Fátima Báñez la que se ha propuesto buscar un pacto para que la jornada de trabajo no se alargue más allá de las seis de la tarde y nos permita conciliar. Ya sabéis que este debate es cíclico, como las serpientes de verano. Suele surgir una o dos veces al año, alimenta un sinfín de programas en los medios y tertulias en los bares, para progresivamente ir diluyéndose el interés.

El caso es que siempre que terminamos tratando este tema me da la impresión de que hay un error de enfoque. Parece que cuando se elige las seis de la tarde como barrera horaria que no habría que traspasar dentro de una oficina, imaginamos solo a trabajadoras, como si fuera una reivindicación exclusivamente femenina la de salir pitando del puesto de trabajo a golpe de campanadas. Es decir, se pide conciliación pensando en que mamá llegue a casa a una hora prudente para poder ocuparse de los niños, llevarles a danza, fútbol, música o inglés, visitar al dentista, hacer la compra y preparar la cena. 

El afterwork lo inventaron los hombres. Cuando paso a las siete de la tarde por alguno de esos bares llenos de oficinistas que se han soltado la corbata y paladean una cerveza, algunos con aspecto de tener en casa una familia numerosa esperándole, me pregunto si no han compartido ya el suficiente tiempo con los colegas del trabajo y no tienen ganas de llegar al hogar dulce hogar. Y la respuesta es, evidentemente, que no. Mejor llegar a casa cuando esté ya todo hecho y enfilado, que los niños hayan cenado y, si es posible, estén dormidos, así te evitas tener que leerles un cuento. Con un leve beso en la mejilla, paternidad cumplida. Os sugiero que observéis este tipo de locales y que incluso os atreváis a sondear a la clientela sobre su estado civil y situación personal: me atrevo a apostar que de las mujeres presentes una o ninguna tienen hijos, mientras que de ellos seguro que más de la mitad son padres. Yo he practicado mucho el afterworking en una época de mi vida, cuando nadie me estaba esperando en casa. No concibo cambiar una cena familiar con su tertulia sobre cómo ha ido el día en el colegio por cuatro cañas con los compañeros de curro, salvo en algún caso puntual que la situación lo requiera, pero no por sistema. Así que si alguien piensa que regulando de alguna manera la salida de la oficina antes de las seis de la tarde van a llenarse los hogares de padres trabajadores dispuestos a tomar el mando de la intendencia, está muy equivocado.

Hace poco charlaba sobre la conciliación y la promoción laboral de la mujer con una trabajadora de una gran superficie. Me aseguraba que en su empresa apoyaban mucho a las empleadas y daban numerosas facilidades para adaptar su situación familiar al empleo. Que incluso no había techo de cristal que romper y se podía llegar a directiva sin zancadillas. Eso sí, escarbando pude saber que son inevitables las reuniones de tarde, por ejemplo a las cinco y media. Eso quiere decir que ya no vas a salir antes de las seis, no te vas a levantar en medio de la reunión porque ya es la hora, las cosas no funcionan así. Además, a esta mujer -soltera y sin hijos, por cierto- le suele tocar también viajar en fin de semana por trabajo, un peaje que hay que pagar por ocupar un puesto de responsabilidad. Es cierto que en una empresa privada se puede llegar bien arriba, pero haciendo los mismos sacrificios que hacen los directivos, aunque ellos no lo consideren una renuncia. Es decir, delegando el cuidado de la casa y de los hijos para poder centrarte de lleno en la carrera profesional. 

Lo de poner una hora límite lo veo difícil de implantar por la fuerza en la empresa privada, que decide con total independencia cómo se gestiona, faltaría más. Y aunque de cara a la galería hay muchas compañías que ya adoptan medidas de conciliación, siempre les benefician a aquellas mujeres que tiran la toalla y se rinden a la evidencia de que habiendo brechas de género no se puede competir.

En cuanto a la administración, me temo que ahí no hay donde rascar. Los convenios colectivos de los empleados públicos no están nada mal, aunque los sueldos de media no sean para tirar cohetes. Buscad un ministerio, ayuntamiento o consejería donde haya alguien trabajando a las seis de la tarde, a no ser que tenga ese turno o deba horas. No hay mayor comodidad horaria que la que disfrutan los funcionarios y personal laboral de la administración, con siete horas y media de jornada y flexibilidad de entrada y salida. Temporalmente soy testigo directo de esta privilegiada situación y comienzo a entender esa aspiración de muchos por sacar una oposición para servir al Estado.

Sin entrar a debatir sobre lo que está ya más que demostrado, que no hay relación entre las horas de trabajo y la productividad, hay que tener en cuenta además que existen muchos empleos donde no es posible concluir la jornada laboral antes de las seis de la tarde. Pienso en el pequeño comercio o en los servicios donde se trabaja por turnos o están operativos las 24 horas del día, como las funerarias, los hospitales o los medios de comunicación, por ejemplo. El periodista no sabe de horarios. Yo cuando no tenía cargas familiares, llegué a pasar por todos los turnos posibles en la radio y hacer más horas de las que figuraban en mi contrato, sin importarme nada más que divertirme dentro y fuera del trabajo. Mi preocupación no era conciliar, porque no había nada que conciliar. Mi vida era mi trabajo, ya estaba conciliada. Pero en el momento en que decidí ser madre el globo se desinfló. Hoy cuando veo a antiguos compañeros (hombres o solteras sin hijos) viajando por el mundo allá donde surge la noticia, me nace un cosquilleo de envidia que reprimo automáticamente al pensar en cómo me las apañaría yo si tuviera que llevar ese ritmo y qué locura de logística familiar tendría que diseñar. ¡Ay! Tendrá que ser en otra vida.

miércoles, 13 de enero de 2016

El niño de Bescansa debe descansar

Hoy la noticia de la sesión de apertura de la XI Legislatura de la democracia no era que por primera vez el Parlamento español no está presidido por un miembro del partido ganador de las elecciones. Ni siquiera el reparto de puestos en la mesa del Congreso o la esperada aparición fantasma del insigne Gómez de la Serna… No señor.


El tema de conversación en todos los corrillos, principalmente el tuitero, era el bebé de Carolina Bescansa. La diputada de Podemos ha asistido a la sesión acompañada por su hijo de seis meses, aún en periodo de lactancia, para visibilizar el problema que sufren muchas mujeres trabajadoras de este país, incapaces de conciliar la vida laboral y personal. Es cierto, tener hijos y pretender seguir trabajando al mismo nivel es muy complicado, sobre todo para las mujeres que nos creemos superwoman y nos resistimos a renunciar a una de las dos cosas, lo queremos todo. Esta disyuntiva pocas veces se la plantea un hombre.

Pero yendo al meollo de la cuestión, sin juzgar el gesto de Bescansa ni su libertad para hacer lo que le salga del bolo -como diría la Milá-, si para algo ha servido esta estampa maternal es para que todo el mundo se entere, por si no se sabía ya, de que el Congreso cuenta con una guardería a la que sus señorías y el personal de esta institución pueden llevar a sus hijos. Leo que les cuesta 150 euros al mes a los funcionarios y trabajadores de la Cámara Baja. Me extrañaría que no les saliera gratis a los diputados, igual que los móviles, ipads, conexión a internet en su domicilio, y demás servicios -o "prebendas"- que les ofrece el Congreso solo por ser diputados, a algunas de las cuales –es cierto- han renunciado los representantes de la “nueva política”. Aún con todo y con eso, a diferencia de las mujeres de a pié, la señora Bescansa ha podido elegir llevarse a su bebé con ella al trabajo, en vez de aprovechar la guardería de las instalaciones o dejarlo con alguien de confianza. Incluso ha podido darle de mamar durante su jornada laboral, y no tener que someterse al odioso sacaleches, como nos ha tocado hacer a muchas cuando se nos acabó la baja maternal y nos resistíamos a escatimar a nuestros hijos los beneficios de la leche materna.

Porque la mayoría de las madres con un empleo no tienen guardería en su lugar de trabajo, se buscan la vida para encontrar plaza en un centro público, que es más barato, y si no, con los abuelos, o con una vecina, o haciendo malabares. Cualquier cosa, menos ir a trabajar con su mocoso. Esa opción no se contempla. Imaginemos cómo serían las empresas si todo el mundo se presentara allí con sus bebés, las madres amamantando a sus criaturas y los padres enchufando el biberón. Muy tierno, pero irreal y poco deseable, la verdad. Aguanta tú el berrear de un niño con cólico cuando tienes que atender una llamada profesional o concentrarte en un escrito. Tampoco un lugar de trabajo es el sitio más indicado para que esté un bebé. Lo suyo es que duerma en una cuna, juegue sobre una mantita bien mullida, retoce con personal cualificado y escuche nanas, no las voces de la clase política. Después de lo de hoy, permitidme el juego de palabras, el niño de Bescansa debe descansar.

Mañana la imagen del bebé será portada en todos los periódicos. Ya hoy no hay web que no la muestre. Yo preferiría que Carolina Bescansa y el resto de inquilinos de la Carrera de San Jerónimo convirtieran en tema de primera plana el impulso efectivo de la conciliación; que se articulen los cambios necesarios para que las mujeres no nos veamos obligadas a escoger; que elijas lo que elijas nadie juzgue tu decisión; que encuentres ayudas que te permitan dar lo mejor de ti en ambos casos; facilidades para realizarte profesionalmente igual que el hombre; que ser mujer y madre no sea un estigma laboral; que si tus hijos se ponen enfermos y tienes que ausentarte para llevarles al médico o recogerles del cole, no recibas miradas cargadas de reproche; que algunos dejen de pensar que el paro es un producto del afán de las mujeres por salir a trabajar fuera de casa y que somos una amenaza; que los horarios laborales se ajusten de verdad a la vida real; que se ahonde en fórmulas para no desperdiciar el talento femenino, ya sea mediante el teletrabajo, los turnos flexibles o lo que sea que se inventen; que se deje de mirar tanto el tiempo que se trabaja y se valoren los resultados que se obtienen; que los permisos por maternidad y paternidad fueran amplios e iguales para ambos, que puedas decidir si lo disfrutas o no, y que si decides quedarte con tu hijo esos primeros meses no signifique asumir que cuando te reincorpores probablemente habrás perdido casi todos los trenes -estoy yo muy ferroviaria últimamente-.

Sobre todo eso me gustaría que legislara Bescansa y el resto de representantes de la ciudadanía los próximos cuatro años, si es que finalmente alguien se pone de acuerdo con alguien para formar Gobierno. Lo mismo ayudaba que sus señorías se dejaran acompañar y aconsejar en este proceso por sus hijos. Total, en muchas ocasiones el Parlamento también parece una guardería. Por si lo habíais olvidado, os lo recuerdo.