
Rosa Valdeón no es la primera –ni lamentablemente será la última- profesional de la política que comete una imprudencia de este tipo y que, por coherencia, se retira de la primera línea. Otros pasaron por lo mismo y no todos dimitieron; los hubo que recurrieron al escaqueo con el argumento de que ese ‘incidente puntual de su vida personal’ no tenía que ver ni afectaba al ejercicio profesional de su actividad. Y no pasó nada. De hecho al final todos estos pequeños escándalos terminan olvidándose, los que pasaron factura y los que no. Así que puede que dentro de un tiempo, cuando ya solo la hemeroteca recuerde su 0,77, Valdeón tenga una nueva oportunidad de hacerse un sitio en la política española habiendo aprendido la lección. Porque, vale, sí, todos somos humanos, pero yo prefiero que quienes nos gobiernan tengan al menos el suficiente autocontrol, madurez y responsabilidad como para no poner en riesgo su carrera y, por extensión, privarnos a los ciudadanos de los políticos que nos merecemos. Y si tropiezan, que al menos sepan conjugar el verbo dimitir, esa palabra que algunos siguen confundiendo con un nombre ruso. Afortunadamente, cada vez menos.