Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 27 de enero de 2019

Mi reflexión sobre el tratamiento informativo del rescate de Julen

Ya estamos otra vez con el debate. De vez en cuando ocurre una desgracia que pone en cuestión el papel que juegan los medios a la hora de informar sobre determinadas noticias. La última vez coincidió con el asesinato del niño Gabriel Cruz y ahora se reactiva la polémica con el desgraciado accidente de Julen en Totalán

Programas especiales en las cadenas de televisión; cámaras fijas enfocando día y noche el punto de la montaña donde se apiñaban rescatistas y máquinas; conexiones constantes en cada telediario; debates y elucubraciones sobre las circunstancias del suceso; bulos en las redes; imágenes de los sufridos padres; entrevistas con el vecino, el alcalde, el primo…

Yo misma, en el informativo matinal en el que trabajo, cada día desde que ocurrió el suceso, he estado incluyendo entre las noticias más importantes de la jornada un titular con la última hora del rescate, que solía ser que las condiciones del terreno retrasaban los trabajos. O sea, nada. Pero es que había un niño enterrado accidentalmente en un pozo y se estaba haciendo todo lo humanamente posible para poder sacarlo de ahí y devolvérselo a sus padres. Creo que en el fondo, en mi caso, silenciar las tareas suponía olvidar ese trabajo contrarreloj, un extraordinario despliegue nunca visto y, sobre todo, el tremendo drama que vivía esa familia. Cómo obviar algo tan terrible mientras el operativo aún no había conseguido liberar el cuerpo del chaval.


El último día, en las horas previas al hallazgo del cadáver, cuando todo el mundo sabía que aún quedaba trabajo por hacer, se sucedían las conexiones con los enviados especiales para seguir sin contar nada nuevo. Se daba la paradoja de que, dependiendo del medio, quedaban más o menos centímetros para llegar hasta el pequeño. Mientras, en el plató, los programas elucubraban sobre ingeniería minera provocando situaciones hilarantes cuando el conductor o conductora, obligado a rellenar minutos sobre el asunto para alimentar a la hambrienta audiencia, soltaba alguna soberana gilipollez.

El especial de Ana Rosa Quintana en Telecinco con el seguimiento de las últimas horas del rescate fue visto por más de 3 millones y medio de personas. Y eso que acabó antes de que la Brigada de Salvamento Minero hubiera concluido su misión. Aún así casi 12 millones de espectadores conectaron en algún momento con la emisión. Sí, es mucha gente, pero no perdamos la perspectiva, no nos volvamos locos, este país tiene 46 millones y medio de habitantes. Además, resulta difícil evadirse de la situación cuando en todas o casi todas las cadenas por las que te lleva el zapping te encuentras exactamente lo mismo.

Que ha sido excesiva la cobertura y excesivo el despliegue está claro, pero es que  la historia tenía los ingredientes perfectos para apelar al corazón de la audiencia y atraer lectores/espectadores/oyentes: un drama, un niño, una familia marcada por el puñetero destino o por la mala suerte, el misterio… Ningún medio desaprovecharía esta ocasión.

A nadie le pilla por sorpresa que esa masa aletargada que llamamos audiencia, que marca el share y que decide lo que funciona y lo que no en televisión, se alimenta de productos de fácil digestión, que le hagan pensar lo justo y que apelen a sus instintos primarios, es decir, que le despierten tristeza, risa, compasión, ira, solidaridad, empatía. La desgracia ajena también atrae mucho a los consumidores de televisión, porque les consuela de sus propias miserias. Quizá ni tu ni yo pertenezcamos a esa masa uniforme, pero es inevitable que el torbellino nos arrastre.

¿Era información de servicio público? NO ¿Era necesario dedicarle tantos minutos? NO ¿Dependía de ese impresionante despliegue el sacrosanto derecho a la información de la ciudadanía? NO. Humildemente pienso que mostrar imágenes del tanatorio o del entierro del niño no es necesario ni aporta nada informativamente hablando. Pero, por lo visto, millones de personas no piensan lo mismo. Luego en este negocio de la televisión, la que está equivocada debo ser yo. Ahora bien, entiendo perfectamente que los responsables de un programa o una cadena den cobertura a aquellos temas con los que comprueban que los audímetros se disparan. No hacerlo iría en contra del propio negocio. Otra cosa es la manera de enfocarlos.

Los medios que han explotado este suceso han logrado datos de audiencia casi nunca vistos con su correspondiente ingreso en caja. Si hubieran tenido acceso a una imagen del interior de la cavidad donde trabajaban los mineros para poder mostrar a su público los últimos centímetros del rescate, no me extrañaría que alguno la hubiera mostrado en prime time, pixelando lo que hubiera que pixelar… para que nadie puediera acusarles de no tener corazón.

La cobertura del caso Julen podría haberse hecho de otra manera. Los medios podían haberse limitado a informar puntualmente en sus informativos y solo cuando realmente había algo que decir. Podían haberse evitado los programas especiales de relleno. Los grupos de comunicación podrían renunciar a ganar dinero con una desgracia así. Podrían intentar educar a la audiencia sobre lo que debe o no debe consumir, lo que es información y lo que es show. Incluso hacer reflexionar a los espectadores sobre lo poco edificante que resulta admirar un espectáculo construído sobre la desgracia ajena. Pero es que el televidente quiere eso y eso es lo que le dan las cadenas. Mira a tu alrededor. Analiza cuántos de los que te rodean a lo largo de estos últimos días han sacado el tema de Julen, han compartido bulos, te han transmitido sus teorías, te han comentado lo que han oído en la tele sobre el caso, han rastreado las redes en busca de novedades… Es inútil. El ser humano lleva la curiosidad morbosa en el ADN.

No quiero terminar sin dejar constancia de que este fenómeno no es exclusivo de la televisión. El día en que los equipos de rescate lograron acceder al cuerpo de Julen estas eran las noticias más vistas en la edición digital del periódico ABC, en El País y en La Vanguardia, por poner un puñado de ejemplos. Todo sobre lo mismo. Me consuela ver que en El Mundo hay otra noticia que parece haber interesado más. Y es de política. Pero es que Alfonso Guerra es mucho Alfonso Guerra.

domingo, 20 de enero de 2019

Por qué Pablo Iglesias debería envainársela con Íñigo Errejón

El anuncio de Íñigo Errejón de concurrir a las elecciones autonómicas con la marca Más Madrid, la plataforma de Manuela Carmena, y no con la de Podemos ha provocado una nueva tormenta dentro de la formación morada. Hasta Pablo Iglesias abandonó temporalmente su retiro paternal. Da la sensación de que para las cosas gordas no hay baja -ni Montero- que valga. Mediante un mensaje de voz se mostró tocado y dolido por la decisión de su amigo. Tanto, que reaccionó amenazando con disputarle el trono regional con otro candidato. Acto seguido, una vez que el líder había hablado, ya pudieron el resto de los miembros del partido con alguna responsabilidad salir en cascada a disparar en la misma línea: reprocharle a Errejón su puñalada trapera e indicarle dónde estaba la puerta.


En mi modesta opinión de espectadora externa y cero implicada sentimentalmente con Podemos ni con ningún otro partido de la esfera política actual, creo que Iglesias se equivoca. Pero aún está a tiempo de rectificar. De hecho, Pablo Iglesias debería tragarse su orgullo y envainársela. ¿Por qué?

-Porque Errejón es fundador de esa aventura que se llamó Podemos y dentro de la formación me parece una de las voces más sensatas, autorizadas, documentadas, coherentes, amables y atractivas.

-Porque Iglesias debería aceptar de una vez por todas, que en Podemos no todo debe pasar por él, dejar ese ramalazo dictatorial y autoritario que le da de vez en cuando y asumir que no todo debe ser con su venia… ¡Hombre, por favor!… Que lo del pensamiento único es más de los viejos partidos que de los nuevos…

-Porque habiendo visto cómo se desenvuelven los distintos personajes de este teatro, ante un caso similar, seguro que Errejón reaccionaría con mucha mano izquierda y lo gestionaría con más clase que, por ejemplo, Echenique. Y creo que Podemos necesita más Errejones y menos Echeniques.

-Porque dicen los que saben que cuando la izquiera se fragmenta, gana la derecha, aunque también esté fragmentada. Está más que probado. La división de la derecha provoca fragmentación del voto, pero termina reagrupándose a base de pactos poselectorales, mientras que la división de la izquierda ha demostrado tener efectos completamente contrarios, incluido un aumento de la abstención.

-Porque si quiere ganar algo debería dejarse llevar por la cabeza y no por los sentimientos. No tiene sentido ni justificación que Iglesias esté dispuesto a asociarse con Carmena en la ciudad de Madrid y no en la Comunidad. Debería aceptar que las plataformas ciudadanas como Más Madrid se están poniendo de moda y están devolviendo la ilusión a muchos que andaban desencantados. Ya he oído a más de uno decir “Dan ganas de votar a Errejón”.

Por todo esto, si Pablo Iglesias quisiera por una vez pensar más en su partido que en sí mismo, debería envainársela y concurrir a las elecciones autonómicas bajo la plataforma Más Madrid y con el candidato Íñigo Errejón. Aunque, bien pensado, quizá sería más conveniente dejarle que siga adelante con esa pose de novio despechado y se estrelle en las autonómicas madrileñas. A ver si alguna vez le pasa factura un fiasco electoral. O, al menos, que se le bajen los humos.

lunes, 14 de enero de 2019

En defensa del pobre e incomprendido Yann Moix

Estábamos cenando mientras trataba de ver en Telemadrid la primera entrevista que concedían a una televisión los candidatos del PP al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Entre los entrevistadores estaba la periodista María Rey, una veterana que ha dedicado casi toda su carrera a la cobertura de la información parlamentaria.

-¿Esta es María Rey? –preguntó mi contrario-. Madre mía, cómo se estropean los cuerpos -sentenció.

Naturalmente salté como un resorte. Le llamé la atención. Le hice ver que ese comentario le había quedado un poco machirulo y que seguro que no lo utilizaría con un hombre, cosa que él negó. Lo cierto es que del aspecto físico de los otros dos periodistas hombres no tuvo nada que opinar. Aunque no hubiera intencionalidad, sus palabras me chirriaron. Sobre todo porque no entró a valorar si la intervención de esa mujer estaba siendo o no acertada durante la entrevista, sino que se quedó en la cáscara. Una periodista que en su juventud le había atraído, ahora le parecía que estaba envejecida y, por tanto, menos atractiva. Y, lo reconozco, me molestó porque esas palabras que pronunció me tocaron la fibra sensible en lo personal. María Rey debe tener un poco más de mi edad y a mí también se me nota el implacable paso del tiempo.  

Entendí entonces al polémico Yann Moix. Y con él, de rebote, a mi contrario. Hace unos pocos días este escritor francés de 50 años confesó en una entrevista en Marie Claire que era incapaz de amar a una mujer de su edad. Para él eran invisibles porque las consideraba viejas. Por supuesto se le tiraron encima todas las féminas de 50 y más. Lo más suave que le dijeron es que era un imbécil. Y analizándolo en frío he llegado a la conclusión de que han sido injustas con él. El único pecado que ha cometido monsieur Moix es el de ser sincero. Ha confesado en voz alta lo que piensa y, como él, piensan la mayoría de hombres y mujeres del planeta. Donde esté un cuerpo joven que se quiten las carnes flácidas, la piel descolgada, las arrugas y demás quebrantos de la edad. Estoy convencida, mujeres heterosexuales que estáis ahora mismo leyendo, de que entre un bombón de 30 y Yann Moix, un cincuentón más bien feúcho y algo repulsivo, todo sea dicho,  seguro que no dudabais. Yo, desde luego, no lo haría. Donde patina el pobre Yann es en lo de enamorarse. Eso resulta más peliagudo. Desgraciadamente el corazón va por libre y uno no puede elegir de quién se cuelga.


Así que, mujeres de 50, desengañaos, asumidlo, afrontadlo. Somos sentimentalmente invisibles para los hombres heterosexuales. Ya no protagonizamos los sueños eróticos de nadie. Hemos dejado de ser ese oscuro objeto del deseo. Nadie suspira por nuestros huesitos. Lo que me fastidia es que esta obsolescencia programada no les afecte a ellos cuando rebasan la barrera de los 50. Los tíos siguen siendo perfectamente visibles, incluso para nosotras mismas. Maduritos interesantes, se denominan. Obsérvese la crueldad del equivalente femenino: cincuentonas menopáusicas.

Como no quiero que acabéis de leer este post con mal sabor de boca, os invito a que le busquéis el lado positivo a este asunto, que lo tiene. Por ejemplo, dejar de ser un reclamo sexual nos quita un peso de encima. Además, es un alivio rebelarse contra la dictadura que, desde que nacemos, nos obliga a estar siempre estupendas. Aunque la principal ventaja de esta invisibilidad sobrevenida por la edad es que cuando alguien se nos acerque, nos elogie o quiera compartir su tiempo (o algo más) con nosotras, no habrá duda de que lo hará –por fin- por lo que somos, es decir, por el atractivo de vuestras neuronas. No por una cara bonita, unas tetas bien puestas o un culo prieto. Al final, amigos míos, el tiempo todo lo cura.

domingo, 23 de diciembre de 2018

En defensa de los medios públicos

Desde el mes de agosto he estado trabajando en Onda Madrid, la radio pública de la Comunidad de Madrid. La hermana pequeña de Telemadrid, para entendernos. Ya había tenido ocasión de conocer laboralmente esta emisora hace una década gracias al difunto Manuel Marlasca, pero entonces no me dio tiempo a asentarme demasiado porque me surgió otra oportunidad profesional más ‘cómoda’ y mis circunstancias personales me forzaron a cambiar de aires. Años después, cosas de la vida, cuando más necesitaba volver a divertirme con este oficio, surgió como por arte de magia este contrato temporal que ahora vence. Han sido 20 semanas fabulosas. Perdí el temor a estar oxidada a los diez minutos de sentarme en la redacción. Me he puesto al día. He aprendido. He vuelto a formar parte de un equipo, el de Colmenarejo. He vivido un comienzo de temporada radiofónica. He disfrutado. Definitivamente me he terminado de convencer de que esto es lo mío, esto es lo que me hace feliz. Y no puedo más que agradecer su cariño, respeto y ayuda a toda la gente con la que he coincidido.


No es la Ser, ni la Cope, ni Onda Cero, ni siquiera RNE, pero tiene profesionales que podrían desenvolverse perfectamente en cualquiera de estas emisoras y que realizan un trabajo tan digno como el de sus colegas de las grandes cadenas. Están más que a la altura, incluso algunos brillan el doble. Con menos dan mucho y merecerían apuntarse más oyentes de los que les da el maldito EGM.

Los medios públicos siempre están en el punto de mira. Sus mayores detractores cuestionan su independencia y los acusan de ser elementos al servicio del poder, armas propagandísticas totalmente prescindibles. De vez en cuando, de manera cíclica, vuelve el debate al respecto. La última ha sido hace bien poco, a raíz de las elecciones autonómicas en Andalucía, cuando el partido revelación, Vox, llevaba en su programa de gobierno como una de sus grandes propuestas, por encima de eliminar el paro, cerrar Canal Sur.

Los medios públicos son un derecho. Los ciudadanos merecen ser y estar informados. Y sí, ya sé que existe una amplia oferta de medios privados que realizan esa labor. Pero por su misma esencia, la de ser negocios empresariales, buscan su propio beneficio, responden a sus propios intereses, toman decisiones siguiendo criterios de audiencia y mantienen una linea editorial marcada por quien los explota, que para algo invierte sus cuartos. Onda Madrid es una radio cercana que cubre ámbitos de los que no se ocupan las grandes y ofrece un servicio local muy concreto que, de no existir, probablemente nadie daría.

Os aseguro que, cinco años después del traumático ERE, la nueva Telemadrid y Onda Madrid, digan lo que digan y le pese a quien el pese, son en este momento medios abiertos y plurales, comprometidos  con el servicio público, con la información, que no siguen consignas ni son altavoz de ningún partido. Los financiamos entre todos los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos en la región y por eso mismo tienen claro para quién trabajan, quiénes son sus dueños: los madrileños. Son los únicos a quienes tienen que rendir cuentas. Y no lo digo porque haya formado parte de este equipo y lo sienta como mi familia. Ni por padecer un acusado síndrome de Estocolmo. Ni por hacerles la pelota para que cuenten conmigo en futuras ocasiones. Que conste que estaría encantada.