Hubo un tiempo en que los domingos no eran domingos para mí sin empezar el día con una escapada rápida a la calle para comprar el periódico y unos churros. Luego, de nuevo en casa, disfrutaba del placer de ese hipercalórico desayuno con un café caliente mientras leía El País sin saltarme ni una línea, ni siquiera las columnas más infumables. Eso incluía devorar las coloridas páginas de la revista dominical y terminar rellenando uno a uno todos los pasatiempos. Cerca de la una, hacía una parada técnica para el aperitivo, y después del almuerzo, retomaba la lectura donde la había dejado. Para cuando se había puesto el sol, la prensa ya estaba convenientemente manoseada.
Internet (y la vida) vino a trastornar un poco toda ese ceremonial. No había necesidad de quitarse el pijama para leer la prensa y, además, los hábitos saludables no casaban con la ingesta de fritanga. Lo que no ha cambiado es el placer que experimento cuando, al final de la semana, leo de manera pausada historias que no tienen hueco en el día a día informativo. Ahí es donde entra Papel, el magazine dominical que acompaña al diario El Mundo desde hace poco más de dos meses. Me gusta su tacto, el olor de sus páginas, su tipografía, las firmas que lo pueblan, el enfoque de sus reportajes, las imágenes que la ilustran, el desenfado de sus redactores, la selección de sus temas, el concepto digital que transmite un producto tan analógico. Y aunque está disponible en la web, yo prefiero acariciar sus páginas con mis dedos.
Me gusta Papel. Me gusta que en los tiempos que corren, que cada vez se venden menos periódicos en los kioskos, se siga apostando por arriesgar, innovar y crear buenos productos en formato papel. Felicito a Javi Gómez y todo su equipo por este gran trabajo. Y a David Jiménez por el soplo de aire que parece haber oxigenado la redacción del periódico desde que aterrizó en su dirección.
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