Tengo que confesar que sufro
flushing. Quizá sea más preciso llamarlo flushing emocional o blushing. Para que todo el mundo lo
entienda utilizando el término castellano, padezco rubor facial. Vamos, que me pongo colorada, y no solo cuando me miran, como decía la canción. Estaréis conmigo en que también en este caso el término inglés suena mejor.
Lo mío no
llega al extremo de la eritrofobia,
afortunadamente no tengo pánico a ponerme colorada. Asumo que en ciertos
momentos, por nervios, estrés, timidez, vergüenza, cuando me toca hablar el público o
ser el centro de atención, el color rojo va tiñendo mi rostro, incluidas las
orejas, a la vez que noto subir la temperatura de mi cara. Pero sigo adelante
con lo que estaba haciendo, esperando que pase pronto y, sobre todo, que ninguno
de los testigos de la llamativa transformación mencione nada al respecto. Porque
eso sí que es demoledor, ser consciente de que te estás poniendo como un tomate
y que venga alguien a decirte “¡Anda! Te has puesto como un tomate”.
Durante mi infancia viví más
como un drama este problema. De niña sí que me ruborizaba con mayor frecuencia
y sin previo aviso, y lo pasaba fatal. Si
entonces hubiera habido internet, quizá me habría ayudado encontrar artículos
como éste. Pero, a medida que iba haciéndome mayor,
empecé a controlar estos episodios, básicamente aprendí a reírme de ellos y de
mí misma, y creo que así fue como conseguí que se espaciaran en el tiempo. Eso sí, todavía hoy, de vez en cuando, me ruborizo. La última vez esta misma mañana, en
medio de un simulacro de entrevista laboral, cuando practicaba con mis
compañeros del taller de empleabilidad y me imaginé en una situación real. Lo vi venir, pero no pude hacer nada para evitarles el espectáculo a mis colegas. ¡Horror!
¡Trágame tierra! Imposible pararlo, sobre todo cuando empiezas a sospechar lo
que pasará por la mente de las personas que te observan y piensas que ya no
están escuchándote, sino esperando por si en algún momento tu cabeza estalla.
Darwin dijo que el rubor era la más humanas de las expresiones, “no es la risa sino el
gesto de sonrojarnos lo que nos distingue del resto de animales”. Y el
blushing no deja de ser una reacción emocional de nuestro sistema nervioso
simpático que se hiperactiva y dilata los vasos sanguíneos faciales de manera
transitoria ante una situación que nos resulta incómoda. La mayor densidad de capilares en el rostro, su mayor superficialidad
y el tono claro de la piel facilita que intuyamos el proceso. Aquí tenéis
una interesante disertación
médica al respecto.
Existen algunos tratamientos para solucionar
esta afección, incluida la cirugía (mediante la misma técnica con que se trata el exceso de sudoración, denominada simpatectomía), especialmente indicada para quienes
lo viven como un drama y son incapaces de llevar una vida social normal. No es
mi caso. Prefiero seguir poniéndome colorada. Hay quien en esto ve un síntoma
de inocencia, así que aprovechémoslo. Incluso entre los emoticonos figura uno de
los nuestros, con sus mejillas sonrosadas. En fin, que me propongo seguir afrontándolo yo sola, sin ayuda externa. Y
haber sido capaz de escribir todo esto sin ruborizarme ya es un gran avance.
Agradezco todos los sitios sugeridos.. son de ayuda, yo me ponia colorada también desde pequeña, con el tiempo, el trabajo aprendí a sobrellevarlo, aunque me falta todavía camino. Solo te recomiendo que incluyas también esta web, a mi me ayudó bastante y tiene sobre todo tips gratuitos: http://www.eritrofobia.com Saludos.
ResponderEliminarHecho! Gracias por la lectura y la sugerencia.
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