No hemos avanzado nada. En todo caso hemos retrocedido.
Pensábamos que las mujeres habíamos logrado liberarnos, que ocupando puestos de
trabajo fuera de casa ya estaba todo resuelto. Nos engañábamos. Nuestras madres
eran mucho más modernas que nuestras hijas, sus nietas. Conozco a una niña de
12 años que atraviesa un momento complicado porque su novio, de la misma edad,
la ha dejado después de… ¡cuatro años juntos! Sí, echad cuentas e imagináosla
con 8 años iniciando esta fascinante historia de amor. La excusa que le ha dado
es que nunca ha estado enamorado de ella, que empezó por empezar, por no
decirle que no. Ella, naturalmente, se siente dolida y ofendida porque -asegura-
ya había hecho sus planes de casarse con él y tener hijos. Sí, habéis oído
bien, casarse y tener hijos. No viajar, estudiar una carrera, ser presidenta
del Gobierno, no. Casarse y tener hijos.
Otra joven de la que me llegan referencias es la típica adolescente de instituto desinhibida, que lleva ropa poco discreta, utiliza un lenguaje de taberna y verbaliza historias que a todas luces son inventadas o ha imaginado viendo alguna película para adultos. El caso es que, como ocurre desde que el mundo es mundo, su comportamiento ha dado como resultado que sus compañeros (chicos y chicas por igual) se refieran a ella por sus atributos físicos y ya le hayan colgado la etiqueta de guarra y fácil, sin que nadie haya siquiera considerado ese comportamiento, como muchos otros de esta joven generación, típicamente machista.
Como no ha dos sin tres, por cerrar este repaso de roles del siglo pasado, un día me entero que un niño de la misma edad, un malote de los que abundan en la Secundaria y contra los que aparentemente no se puede hacer nada porque su entorno familiar vive sus propias batallas, se le acercó a mi hija, le enseñó un billete y le dijo “Baila para mí, puta”. Aún hoy estoy hiperventilando.
Si levantaran la cabeza las feministas que el siglo pasado luchaban por la liberación de la mujer, se rebelarían espantadas. Y esta vez nadie les iba a persuadir para que no quemaran sus sujetadores.
Yo pensaba que las nuevas generaciones, esas de los llamados nativos digitales, no iban a reproducir los mismos estereotipos que sus abuelos. Que al haber visto desde pequeños a mamá y papá al mismo nivel, no harían distinciones al tratar a hombres y mujeres. Que si eran educados en el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la empatía, iban a convertirse en una nueva raza, mejor, más justa. Pero debe ser que algo hemos pasado por alto. Quizá les hemos dado de más. Estos son los hijos que hemos criado.
Nadie como Maitena para poner el epílogo.
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