A los 20 minutos de empezar el primer capítulo del esperado regreso de Twin Peaks, decidí que ya había visto suficiente. Coincidió con la vomitona del que parecía el agente Cooper, 25 años más viejo y desgreñado, dentro de su coche. No estoy segura de cómo había llegado allí, porque hasta entonces el relato narrativo había sido tan caótico, onírico y surrealista que yo andaba totalmente fuera de juego. De hecho estuve tentada de desengancharme antes; que haya que esperar al minuto 5 para escuchar la primera frase no ayuda, la verdad, así que creo que demostré mucha paciencia.
Yo fui una de esos miles de españoles que a principios de los 90 se pegaban a la tele cada semana (con mayor avidez la primera temporada y con menos furor la segunda) para enterarse de quién había matado a Laura Palmer. Fue toda una revolución televisiva en la que participé como audiencia entregada. De aquel Twin Peaks, del que no me perdí ni un capítulo, comprendí las primeras entregas, que aún tenían un pase; pero hacia la mitad de la serie, el delirio se apoderó del relato y comenzaron a suceder cosas de frenopático que te hacían dudar no solo de la salud mental de su creador, sino de la tuya propia. Me compré incluso el libro ‘El diario secreto de Laura Palmer’ en inglés, tratando de alcanzar una experiencia 360º y completar las lagunas que habían ido dejando en mi cabeza algunos de los capítulos. Pero meses después, cuando terminó la historia en aquella habitación roja, el invento televisivo del complejo David Lynch se diluyó y dejó paso a una nueva serie de estreno a la que engancharse: Expediente X. Y debo admitir, que yo siempre preferí, como agente del FBI, a Mulder antes que a Cooper.
Resumiendo. Imagino que los fieles incondicionales de Lynch y su oscura trayectoria estarán encantados con este retorno. Pero lo que es a mí no me van a tener entre los seguidores de la tercera temporada. Ya sé que declararse fan de Lynch y sus rayadas lisérgicas puede parecer muy intelectual, muy chic y muy moderno, pero me resulta incomprensible. Cuando encuentras un producto difícilmente comestible y de digestión claramente pesada, cuesta entender que alguien pueda consumirlo, decir que le encanta y gritar a los cuatro vientos que sería capaz de repetir ración, a no ser que que busque epatar o dárselas de gourmet –si se me permite la metáfora gastronómica-.
Ya he tenido suficiente con el tostonazo de los primeros 20 minutos de este Twin Peaks ‘el retorno’. Para ser justa -más que nada porque de esa misma cabeza salieron joyas como Terciopelo Azul y Corazón Salvaje-, como penitencia y como gesto de respeto hacia un realizador de culto que, a base de parir 'frikadas', ha conseguido alcanzar ese estatus en el que puede rodar lo que le de la gana, haré un esfuerzo por volver a ver la serie original de los 90.
En el país de maestros del surrealismo como Buñuel y Dalí, lo siento David Lynch, esta vez no te compro el producto.
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