Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

martes, 30 de mayo de 2017

El difícil reto de sobrevivir a la adolescencia

Imagino que estaréis al tanto del suceso ocurrido en el metro de Madrid. Un niño de 13 años cayó a las vías cuando se entretenía jugando a montarse en los acoples que enganchan un vagón con otro. El tren le seccionó las piernas. En cuanto escuché la noticia pensé en la madre del chaval y luego en mí. Imaginé que cualquiera de mis hijos adolescentes decidiera un día lanzarse a la aventura de hacer el gilipollas por diversión mientras yo permanecía ajena a ello e ignorante del drama que nos venía encima.

En Las Rozas, donde vivo, algunos niños de la edad de los míos se entretienen merodeando por edificios abandonados; van allí con la música de sus teléfonos móviles a todo trapo, hacen pintadas, posan para Instagram, se fuman sus primeros cigarrillos mientras le dan al Red Bull o cualquier otra bebida energética y terminan chutando latas en imaginarios partidos de fútbol, como si la infancia aún se resistiera a abandonarles. A ciertos chavales les gustan particularmente las azoteas de esos edificios cuya construcción quedó paralizada con la crisis y que duermen el sueño de los justos. Por ejemplo, la que iba a ser la Casa del Actor y otros varios complejos de oficinas vacíos en los márgenes de la A6.
 
Todos estos edificios inacabados tienen abiertos los huecos de ascensores y escaleras, así que con poca luz un traspiés puede hacerte caer de una buena altura, la suficiente para romperte una pierna o la cabeza, si es que el aterrizaje es forzoso. Eso sí, desde esas azoteas las vistas son espectaculares y las fotos quedan impresionantes, sobre todo si hay una buena puesta de sol, un elemento importante para conseguir una imagen de mil 'likes' que acompañan con un pie de foto que ni siquiera han escrito ellos mismos, sino que extraen de canciones de raperos españoles o ‘pseudopoetas’ surgidos al abrigo de Youtube. 

Los hay que tienen querencia a los trenes y se introducen en una zona de vías muertas próximas a la factoría de Talgo de Las Matas. Hay que reconocer que la escenografía del lugar se presta a imaginar historias apocalípticas de videojuego y debe darles cierto morbillo. También es recurrente el uso de carros de la compra de los supermercados, que sustraen a las bravas y se los llevan de paseo al punto donde han decidido perder el tiempo ese día. ¿Para qué?, os preguntaréis. Pues para meterse a presión unos cuantos en el interior de la cesta, hacer el cabra y de paso dejar constancia de la gamberrada en vídeo o foto para la posteridad. He llegado a verlos también haciendo una especie de ‘parkour’ en la fuente de la avenida principal del barrio, aprovechando que estaba apagada y no soltaba agua, arriesgándose a resbalar sobre los tubos y meterse uno por el mismísimo culo. 

Son jóvenes, bordean el peligro, pero no tienen miedo, no piensan en los riesgos, no se acuerdan de la muerte ni la enfocan como lo hacemos los adultos. Acaban de nacer, como quien dice, así que les falta mucho para eso. En cambio tienen todo el tiempo del mundo para buscar emociones fuertes. Yo también he hecho el imbécil en mi adolescencia –poco, todo sea dicho-, aunque creo que lo más grave que se me puede achacar es haber llamado a algún timbre y haber echado a correr. En cualquier caso, tendría que contrastarlo con mis amigas de toda la vida, por si se me escapa alguna fechoría. Pero aquí estoy, he sobrevivido a la peligrosa adolescencia, a la inolvidable juventud y ahora convivo con la sensatez de la edad adulta. 

Ya sé que la mala suerte influye, que si es tu día, es tu día, pero siempre he pensado que quien evita la ocasión, evita el peligro. Por eso he sido y soy de esas madres petardas y agoreras que avisan constantemente: “Si te subes ahí te puedes caer”, “No metas los dedos en el enchufe que te puedes electrocutar”, “Ten cuidado con la bici, con el patinete, con los patines…”. Son algunas de las frases más recurrentes de mi guion. Y con esta estrategia no sé si al final he criado unos hijos demasiado miedosos o demasiado prudentes. Cierto es que a veces no me han hecho caso y han probado en sus carnes lo que yo barruntaba más el posterior “te lo dije” que tanto molesta.

A dónde quiero llegar con esta divagación. Pues a la triste conclusión de que nos acechan multitud de peligros en este mundo, algunos asociados particularmente a la adolescencia, una etapa que es en sí todo un verdadero 'challenge': desde las absurdas modas, pasando por esos macabros retos, hasta el acoso por las redes sociales o los arriesgados primeros jugueteos con el sexo, el alcohol y las drogas. Así que esos bebés que protegimos desde su nacimiento y a los que llevamos más de una década enseñando a volar, un día por culpa de la hormona, del amigo, del primer amor, de Internet, de la moda o de la casualidad, van a correr un riesgo evitable y no calculado que les va a hacer sufrir y, con ellos, a quienes les queremos. Y seremos afortunados si todo queda en una anécdota.

Por lo pronto yo seguiré siendo la madre machacona que alerta de los peligros y, que les bombardea con noticias como la del niño del metro, esperando, en el fondo, que mostrarles las terribles consecuencias de estas arriesgadas prácticas les persuada para que no las imiten. Sí, ya sé, a estas edades tienen a hacer lo contrario de lo que les dice su madre, pero que por mí no quede.

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