En vista de que el retorno al mercado laboral se me resiste, mientras desespero esperando que alguna empresa se interese por mí o que alguien decida contratar mis servicios, no me ha quedado más remedio que apuntarme a la oferta pública de empleo anunciada a bombo y platillo por el Gobierno. Afortunadamente han salido varias plazas de lo mío en distintos Ministerios, así que he empezado con los trámites. ¡Ay, los trámites! El papeleo, las bases, los requisitos, los certificados, las compulsas… El trabajo fijo para el Estado tiene un alto precio. Y tan alto. Desorbitado, diría yo.
He llegado a pensar que lo tedioso del proceso tiene el oculto y firme propósito de intimidar a los posibles candidatos para que se echen atrás y no concursen. ¿Habéis reparado en la cantidad de folios que ocupan las bases de este tipo de procesos selectivos? Por poner un ejemplo, la resolución del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte anunciando plazas de personal laboral fijo en 12 categorías así como todas las especificaciones de la convocatoria se detallan a lo largo de 89 páginas, anexos incluidos. Es cierto que se incluyen también requisitos, procedimiento, plazos, temarios, y hasta el último detalle de cada uno de los grupos, pero eso no hay cuerpo humano que lo resista.
Por si las dimensiones del documento no han podido contigo, luego está la parte de acreditación de méritos. Te piden, por ejemplo, fotocopia del título compulsada, certificado de servicios prestados en todas las empresas para las que has trabajado, de vida laboral, de los contratos que hayas firmado, de los cursos completados, de todo lo habido y por haber, como si fuera tan fácil reunir cierta documentación. No todo el mundo conserva su primer contrato, así que ahí me veis contactando con los departamentos de Personal de mis antiguas empresas para pedirles el favor de hacerme un papelito que vaya usted a saber si resultará válido y al gusto del tribunal. Por no hablar del dineral en fotocopias que te vas dejando. Hablando de dinero, se pagan también unos derechos de examen. En el caso que he citado ascienden a casi 30 euros, que no son reembolsables si al final, por lo que sea, no puedes acudir a la prueba. Los desempleados están exentos de pagar la tasa siempre que demuestren que, además, carecen de rentas superiores al salario mínimo interprofesional, para lo que tienen que presentar su última declaración de la renta. En mi caso, como esa documentación correspondería a un ejercicio en el que afortunadamente mi situación laboral era más favorable, no me puedo beneficiar de esa exención… ¡Vaya por Dios! Otra cosa que no entiendo es la manía de no especificar una fecha concreta para definir el cierre de plazo de presentación de solicitudes para concursar, sino recurrir a la retorcida fórmula de ’20 días hábiles a contar a partir del día siguiente de la publicación de este convocatoria’. ¿Qué pasa? ¿Que quieren comprobar si sabes sumar?
Ayer perdí todo el día solo en papeleos -¡Viva la era digital!-. Y me puedo sentir afortunada porque dispongo de tiempo libre; no alcanzo a imaginar cómo se lo montará quien decide presentarse a este tipo de procesos siendo esclavo de un puesto de trabajo de 8 horas. Una vez en este punto, existe un obstáculo más que salvar. El temario del examen. Más de 60 temas que estudiarte, desde la santa Constitución, hasta el Convenio Unico, pasando por el secreto profesional o las tecnologías aplicadas a la información. ¡Qué pereza! Hay gente que se prepara a conciencia, compra temarios o se apunta a una academia. Yo voy a encomendarme a san Google. En fin, que este es el panorama que contemplo en este momento y del que solo me libraría un trabajo por sorpresa o la recurrente Primitiva que nunca llega.
No acaba aquí la carrera de obstáculos. Hay una segunda parte, la que comienza una vez que has hecho el esfuerzo de completar todos y cada uno de los requerimientos y te plantas –probablemente pasados varios meses- a hacer el examen. O, mejor dicho, exámenes, en plural. Porque en esta fase funcionan a base de cribas. Hay un primer cuestionario que debes superar si quieres enfrentarte a la segunda prueba, ya más peliaguda, consistente en desarrollar por escrito dos temas de los muchos que has debido empollar y que luego deberás exponer oralmente ante el tribunal. Y si tienes la brillantez o la fortuna de aprobarlo, pasas a un tercer ejercicio con un caso práctico que también hay que terminar defendiendo ante el tribunal. Vamos, un paseo. Y llegados a este punto, es inevitable que te surja la duda sobre si las plazas a las que tú estás aspirando tienen o no tienen 'bicho', es decir, si alguien dentro de la Administración y, por lo tanto, con más puntos que tú, también se presentará a este proceso y peleará por lo que cree que merece más que tú. Entonces es cuando el castillo de naipes se desmorona y, ya sí, la duda se instala en el que piensa en afrontar esta aventura y se plantea si de verdad merecerá la pena.
No sé si la merece pero, aunque no tengo alma de funcionaria, voy a probar suerte en tres de estas convocatorias (para dos ministerios y un museo) y ya os contaré. Estuve tentada de presentarme a unas cuartas, las de Policía Nacional; no me pareció que el temario fuera muy difícil, a pesar de que tengo una conocida que dedicó meses a prepararse para la edición pasada y se la zumbaron. En cuanto a las pruebas deportivas y las marcas mínimas exigidas, yo creo que con un poco de entrenamiento las podría sacar. Siempre pensé que eran muy rigurosos con el aspecto físico a la hora de permitir el acceso a este cuerpo, pero me subió la moral leer en las bases que si eres mujer basta con medir 1,60. Además, la edad no es un obstáculo porque permiten presentarse a cualquiera con tal de ser mayor de 18 años y no exceder de la edad máxima de jubilación. Este 25 de mayo -si no he hecho mal las cuentas- sería el último día para presentar la solicitud y pagar su correspondiente tasa. Pero me acojoné al leer el punto en el que dice que el aspirante se compromete a portar armas y, en su caso, llegar a utilizarlas… No me veo disparando. Soy demasiado pacifista para eso. Y algo torpe también; lo mismo terminaba metiéndome un tiro en el pie. Era ya lo que me faltaba.
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