Cada
año, cuando llega el 8 de marzo, presenciamos el lamentable espectáculo de ver
cómo se instrumentaliza
este día y se le inyecta una carga ideológica que traspasa la mera denuncia de la discriminación femenina. Inevitablemente unos y otros se lanzan al barro en una lucha
por apropiarse del término feminismo y darle el significado que a cada cual le
conviene. Y no lo entiendo. Yo diría que no hay nada que discutir porque, en mi
modesta opinión, no hay posibilidad de equívoco.
Vayamos
por partes y empecemos por el principio. Feminismo no es lo contrario de
machismo. No son palabras antónimas ni, por supuesto, ideas antagónicas. A ver
si nos queda claro. El feminismo es el movimiento que reivindica que las
mujeres dejemos de estar subordinadas a los hombres y podamos aspirar a lo
mismo que ellos. Es decir, el feminismo lucha por lograr para toda la población
la igualdad de derechos y oportunidades que tradicionalmente han estado
reservados solo para ellos. El machismo, en cambio, defiende los roles de género
establecidos y sostiene que el hombre es, por naturaleza, superior a la mujer.
Eso nos deja a nosotras como seres inferiores que necesitamos tutela, permiso u
orientación masculina para hacer cualquier cosa en la vida. Por eso el machista se rebela contra la feminista, porque ve amenazada su privilegiada situación. No se da cuenta de que la cuestión no es bajarle del pedestal, sino hacerle entender que hay espacio allá arriba para compartirlo con ella.
Dicho
todo esto, el feminismo no es solo cosa de mujeres. Los hombres también pueden
ser feministas, por mucho que el nuevo feminismo les niegue ese derecho.
Cualquier ser humano que defienda la igualdad de derechos y oportunidades, independientemente del género, para mí es feminista. Por tanto, las mujeres
feministas no estamos en ninguna cruzada contra el género masculino en general,
simplemente tratamos de combatir las actitudes machistas, vengan de donde
vengan.
Tampoco el machismo es coto privado de ellos. Parece mentira, pero hay mujeres machistas.
Conozco a algunas. Suelen negar que exista de discriminación y declararse femeninas, no feministas. Ven lógico estar a la sombra del varón y ese es el
lugar donde se sienten cómodas, esa es su zona de confort. Les gusta que un
hombre las corteje, les abra la puerta, les retire la silla, las piropee, las
proteja, las controle, se ponga celoso si otro hombre les presta atención, etc… Es su
decisión. Y como tengo por costumbre respetar a todo el mundo, la respeto, como espero que ellas respeten también mi postura.
Este
año la huelga del 8 de marzo tienen un componente curioso. Una podría preguntarse contra
quién se para, contra quién se reivindica, contra quién se protesta.
Normalmente las huelgas generales son contra el Gobierno, pero ¿qué pasa cuando
el propio gobierno, más que paritario y empeñado en legislar para mejorar las
cosas, está de acuerdo con la convocatoria y anuncia que también va a hacer
huelga en defensa de los derechos de las mujeres? ¿Contra quién se manifiesta
una entonces? Contra el futuro Gobierno, supongo.
La nueva realidad política, en esta ocasión, ha puesto en la diana de las protestas del 8 de marzo a la oposición. La irrupción de Vox; la llegada de Casado al PP con un discurso hiperconservador como estrategia para recuperar el espacio arrebatado por los extremistas; la triple alianza 'trifálica', que diría la ministra de Justicia; el discurso, en ocasiones condescendiente con las mujeres, que emplean estas formaciones; el negacionismo sobre el fenómeno de la violencia machista y lo que han dado en llamar el negocio de la igualdad de género, sembrando de sospechas el trabajo que desde algunas administraciones se realiza en apoyo a las víctimas de maltrato… Son los argumentos que le faltaban a este Día de la Mujer.
De
todos modos, creo que estamos equivocando la estrategia. Ser machaconas con la
realidad y reivindicar a cada minuto está provocando el efecto contrario al que queremos producir y está empezando a ser recibido por buena
parte de la población con cierto rechazo. Y más cuando se mezclan conceptos, churras y merinas, como ocurre en el manifiesto del 8M. En
vez de solidaridad con la causa, despertamos cierta tirria hacia todo el género femenino.
Ocurre como con los críos. Nada como prohibirles algo, para que
sientan la imperiosa necesidad de hacerlo. O como con los adolescentes, que por
sistema se imponen pensar lo contrario de lo que piensan sus padres. Y así un
día nos encontramos con que, en vez de avanzar, retrocedemos. Cuando pensábamos
que habíamos recorrido un largo camino, que las nuevas generaciones de chicas se
iban a encontrar buena parte del trabajo hecho, que ya no se sentirían
intimidadas, ni cohibidas, que serían libres de pensar, vestir y actuar como
quisieran, que podrían aspirar a ser lo que soñaran, a llegar tan arriba como
tradicionalmente solo les habían permitido llegar a ellos, aparece este estudio del Centro
Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud y te dan una bofetada de
realidad… Su conclusión es que más de la mitad de jóvenes españoles defiende posiciones machistas.
Por eso, ahora,
más que nunca, es necesario militar en el feminismo. No solo por los datos
espeluznantes que arroja este estudio, sino por muchos otros datos más que
evidencian lo mucho que nos queda por hacer. He aquí una pocas razones:
-De
los 79 magistrados que componen el Consejo
General del Poder Judicial, solo 15 son magistradas, un 19%. Así que casi
nos podemos dar con un canto en los dientes al ver que en el juicio
del año, el del ‘procés’ independentista catalán, una de de los siete
magistrados es mujer. Y ¡ojo!, porque ellas son más de la mitad
de la judicatura, pero a la hora de alcanzar puestos en los órganos superiores,
se quedan muy por debajo. Observad la foto de familia de la última solemne apertura del Año Judicial, en la que el Felipe V posa con los miembros de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo.
-En la Guardia Civil las mujeres suponen únicamente el 7,5%; en el caso de la Policía Nacional alcanzan el 14,56%; y en las Fuerzas Armadas llegan al 12,7%. Mirando a las cúpulas de estos cuerpos, en la Policía Nacional actualmente hay siete mujeres comisarias principales de 129 a nivel nacional. En la Guardia Civil, dos tenientes coroneles y en las Fuerzas Armadas, una mujer coronel y dos capitanas de fragata.
-Solo hay 25 mujeres en el mundo presidentas o primeras ministras. No hay más que mirar la foto de familia de la última cumbre del G20 en Buenos Aires, para notar un evidente desequilibrio: solo dos mujeres.
-De
las 17 comunidades autónomas, solo dos están gobernadas por mujeres: Navarra
(Uxue Barkos) y Baleares (Francina Armengol). Y no llegan a un 30% las mujeres alcaldesas
de capitales de provincia.
-Las
mujeres no llegamos ni al 30% en los puestos directivos de las empresas
de comunicación. Los nombres femeninos en los Festivales
de Música son anecdóticos y en el próximo Festival
de Cine Español de Málaga hay solo cuatro mujeres en la sección oficial,
dos de ellas iberoamericanas.
-El
proceso va lento, se van dando pequeños pasos, pero es imparable. Como ejemplo,
aunque sea forzado y de cara a la galería, como parte de eso que llaman la Responsabilidad Social Corporativa,
los consejos
de administración de las grandes empresas que cotizan en el IBEX casi han
duplicado en numero de consejeras en diez años. Eso
sí, en lo que se refiere a la plantilla, a igual currículum, las empresas
prefieren contratar a un hombre que a una mujer. La prueba está en este experimento
del Observatorio Social de La Caixa.
Vale,
sí, está bien un Día de la Mujer para reivindicar que, aunque vamos por el buen
camino, aún queda mucho por hacer. Un día para remarcar que estamos aquí y que
hemos venido para quedarnos, aunque ellos ya lo saben y, afortunadamente, en la mayoría de los
casos, lo celebran.
Pero
a la igualdad de oportunidades real no se llega solo con un día de huelga y de
reventar la calle. Ni siquiera introduciendo una asignatura de feminismo en el currículo de Educación Primaria, como proponen desde Podemos. Resulta mucho más útil que un niño lo aprenda de manera práctica, por ejemplo, viéndolo en su entorno y normalizándolo. Aunque en los 70 la sociedad española era todavía marcadamente patriarcal, los recuerdos de mi infancia son más bien de matriarcado, el que ejercía mi abuela como eje familiar. Si había alguien que mandaba allí, esa era ella. Las dos abuelas de mis hijos han sido mujeres trabajadoras y ellos asumen como algo normal que no deba haber una diferenciación de roles por género, que su padre y su madre contribuyan a sostener la economía familiar o que consensúen las decisiones que toman. Siempre he vivido en un entorno en el que nadie era más que nadie, donde desde el principio se me motivó a estudiar y labrarme un futuro profesional, a perseguir mis sueños y ser independiente, lo mismo que hago yo ahora con mis hijos. Creo que esa es la mejor asignatura de feminismo. Y no cabe duda que para inocular tanto el germen de la igualdad como el de la justicia social es preciso legislar, denunciar y penalizar los
mecanismos de discriminación, ofrecer incentivos y ayudas con transparencia y promover campañas de divulgación. Al feminismo se llega a través de una educación sin crispación, una lucha
sin victimismo, trabajo constante y diario, sin politizar, apostando por hacer
de este mundo un paisaje más paritario, donde no se desperdicie el talento de
la mitad de la población, que tiene tanto o más que aportar para que la
sociedad avance.
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