No quiero ser empresaria. No tengo espíritu emprendedor. No estoy preparada para afrontar toda la burocracia que exige la creación y mantenimiento de un negocio, ni para dejar de dormir como un bebé y pasar a sufrir los desvelos que llegan cuando uno es su propio jefe. Soy hija de autónomo y siempre recordaré la cara de felicidad de mi padre el día que se jubiló y cerró su tienda.
Pero, sobre todo, me fastidia verme obligada a dar ese paso –el de emprender- para poder trabajar. Por fin he encontrado alguien que sí está interesado en lo que yo puedo aportar laboralmente, pero la condición es esa: facturar como una empresa, lo que me permitiría –si tengo suerte- encontrar otras compañías a las que vender también mis servicios. Porque así parece que son las cosas ahora. Las empresas se resisten a contratar, máxime si el trabajador es alguien como yo, mujer mayor de 45 años. Prefieren contratar tus servicios puntualmente, que les cobres por ellos mediante factura y todos tan contentos. Aquello de pasar a formar parte de una plantilla es ya una reliquia del siglo pasado, un lujo asiático que disfrutaron nuestros padres. O eso parece.
Ahora me enfrento a la disyuntiva de dejar pasar este tren, confiando en que venga después otro, o tomarlo al vuelo sin dudar, aunque para viajar en él deba empezar a ahogarme en papeleo -comenzando por solicitar la capitalización de mi paro- y soltar pasta a diestro y siniestro: para el registro del nombre, la cuenta del banco, la escritura ante el notario, el impuesto sobre transmisiones patrimoniales, el IVA… y, por supuesto, el gestor que te lleve todo este galimatías…
¿Alguien sabe a qué hora pasa el siguiente tren?
¿No puedes facturar como autónoma? El proceso es mucho más rápido y el papeleo posterior también. Además ahora creo que hay muchas bonificaciones (que es lo que quiere Rajoy, un parado que pasa a autónomo con ingresos mínimos es una baja en la cola del paro...)
ResponderEliminarMe temo que no, quieren empresa :-(
EliminarIntentalo!!
ResponderEliminarBuffffff
Eliminar