Desde los 11 años, en que me vino a visitar por primera vez la regla, hasta el día de hoy, que aún se resiste a abandonarme, he calculado que me habré gastado más de 2.500 euros en tampax y compresas, tirando por lo bajo. Esperaba que mi hija se sumara más tarde a este club menstrual, para no coincidir y duplicar el gasto en la misma casa -una sangría en todos los sentidos-, pero ya estamos las dos gastando a lo loco puntualmente una vez al mes. Estos productos, que consumimos porque no nos queda más remedio, están sometidos a un IVA del 10%, el llamado tipo reducido, y lo peor es que hubo un tiempo que el impuesto que les aplicaban era del 21%. Es verdad que nos podríamos ahorrar el atraco prescindiendo de estos inventos y recurriendo al uso de toallitas lavables, como hacían nuestras abuelas, y abstenernos de refrescarnos en la piscina, o practicar algún deporte distinto al ajedrez, y si me apuras, podíamos quedarnos en casa en esos días -¡qué más quisieran algunos!-. Incluso podríamos habituarnos a la copa menstrual puesta de moda por la CUP, que aunque igualmente gravada, es reutilizable y así solo nos robarían una vez cada diez años. Pero me resisto a que los legisladores marquen mis costumbres higiénicas a la hora de afrontar mi condición no elegida de mujer.
Yo desde luego me apunto a esta iniciativa, asociada a la petición en este mismo sentido lanzada por la periodista Celia Blanco hace algunos meses a través de Change.org. Y la ampliaría a otros productos igualmente necesarios como los pañales, tanto de adulto como de bebé, los salvaslip y las compresas para pérdidas de orina. Que ya voy teniendo una edad y la jubilación que nos pueda quedar no va a dar para muchos lujos.
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