Los niños de Cantabria estrenan nuevo
calendario escolar el curso que viene. Cada dos meses de clases disfrutarán
de una semana de descanso… ellos y los profesores, que son quienes han
propuesto la medida. Lo que ya no estoy tan segura es que los padres consideren
esta novedad un disfrute. Me temo que no se les ha tenido en cuenta a la hora
de tomar esta decisión. Por eso los que mandan en el ámbito educativo se han curado
en salud y han aceptado mantener los centros abiertos en los periodos no
lectivos ofreciendo actividades lúdicas, por si hay padres cuyas empresas no
les permiten cogerse una semana de vacaciones cada dos meses, que me da que son
bastantes.
Dicen los que saben que esta planificación es más pedagógica
y racional, podríamos incluso calificarla de muy francesa o muy europea. Si es así, si Cantabria ha dado con la piedra
filosofal, por qué no extender la fórmula al resto. Pero no, aquí cada región
hace de su capa un sayo, cuando en una materia tan sensible como la formación
de las futuras generaciones de este país -que son los ciudadanos que tirarán del carro en los
años venideros y a quienes confiaremos nuestro desarrollo y crecimiento económico- debería trabajarse todos a una, manteniendo altos estándares de
calidad y una misma línea en todo el territorio nacional.
Los vaivenes constantes en la legislación
y los planes de estudios, en función del color del partido que gobierna, no
han ayudado mucho. Luego nos echamos las manos a la cabeza con los resultados
de los informes Pisa. Inyectarle carga ideológica a la formación de nuestros
alumnos es una obsesión de los que mandan. Moldear niños para convertirlos en
futuros adultos de su cuerda. Durante años se ha perdido tanto tiempo en
discutir sobre porcentajes de contenido propio de cada comunidad autónoma, sobre
la introducción de nuevas asignaturas -para unos fundamentales y para otros, puro
ejercicio de adoctrinamiento-, o sobre la conveniencia de subir las horas de
inglés y bajar las de música o arte, que hemos perdido de vista lo importante, de modo que ahora nos encontramos con jóvenes incapaces de resolver un problema matemático, de
expresarse por escrito en su lengua materna sin faltas de ortografía y a los
que la palabra Transición les suena a la metamorfosis de la rana. Y esto sin
detenerme en el gasto desorbitado y prescindible de cambiar cada poco de
planes de estudios y, por extensión, de sus correspondientes libros de texto.
Dos y dos son cuatro. Vaca con uve es el animal y baca con be es el
portamaletas del coche. Los ríos de España son los que son, las montañas están
donde están. Por qué no empezamos por dar prioridad a enseñar a los niños los conceptos básicos, lo que no puede ser interpretado, lo que se conoce por cultura general, esa que te vale para ganar el rosco de Pasabalabra. Y luego animémosles a
descubrir, a tener curiosidad, a sacar sus propias conclusiones, a investigar
por sí mismos, a desarrollar todo su potencial, guiémosles sin decirles lo que tienen que pensar. Y valoremos
igualmente qué sistema y qué calendario asegura mayor calidad y beneficios para
todos, alumnos, profesores y familias. No parece tan difícil,
aunque debe serlo, a tenor de los años que llevamos dando tumbos. Ahora que volvemos a la pelea por los votos, espero que los candidatos no lo olviden: Es la educación, estúpidos.
Firmado: una hija de la EGB, madre de dos alumnos que ya han
pasado por la LOE y la LOMCE.
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