Me
preguntaba mi hijo esta mañana, aún confundido al ver mi preocupación por la
noticia que sonaba en la radio, que si en Gran Bretaña había ganado la
opción de irse de Europa, cuál era el resultado que había salido en el resto de
países. O sea, qué habíamos votado en Europa sobre el tema. Le intenté explicar
que los únicos que podían decidir sobre su permanencia o no en la Unión eran
los británicos. Y él, en su inocencia, políticamente virgen, aún no maleado por
ideologías de ningún tipo ni espíritu secesionista que valga, me contestó que
no entendía por qué no podían opinar el resto de países europeos. Hubiera
estado bien, no solo para posicionarnos
sobre la salida de Reino Unido -según los sondeos más de la mitad queríamos
que no se fueran-, sino sobre nuestra propia permanencia. Ese es el mayor temor
de algunos, que cunda el ejemplo, haya un efecto dominó y el escenario
geopolítico de la vieja Europa se vaya al carajo. Y es que, tal y como están
las cosas, es más que probable que cualquiera de los países de la Unión
comparta los motivos que han llevado a los partidarios de la salida a ganar
este referéndum antieuropeista:
-Consideran
que Europa es un freno a su crecimiento y quieren negociar sus propios acuerdos
comerciales con otros países sin tener que someterse a las condiciones pactadas
a través de la Unión.
-No
están dispuestos a verse obligados a acoger más extranjeros en su país. Quieren
controlar sus fronteras, decidir quién entra y quién trabaja en su
territorio.
Me
juego una caña a que piensan lo mismo la mitad de los europeos. Aún
así, en el fondo esperaba que a Cameron le saliera bien el experimento y no la
liara parda con esto del referéndum, pero cuando uno le da voz al pueblo se
arriesga a saber lo que opina el pueblo. Qué podíamos esperar. Y eso que Reino Unido era un socio
privilegiado de la Unión. Todos tuvimos que renunciar a nuestra moneda, pero
ellos siguieron manejando sus libras. Incluso ahora, ante la amenaza de su salida, desde Europa se les llegaron a ofrecer muchas más prebendas de las que
nunca podrán soñar ninguno de los países asociados en este club que cada vez
está más lejos de ser un reflejo de los Estados Unidos de América.
Sin entrar en el análisis de los datos macroeconómicos -que me superan- si se analizan con tranquilidad y con perspectiva las consecuencias que pueda acarrear este resultado sobre la vida cotidiana de nuestro entorno, la gravedad se disipa. Aunque la primera reacción de
las Bolsas ha sido el batacazo, estoy segura de que le seguirá una recuperación, con lo que espero que no se resientan planes de pensiones, paquetes de
acciones o depósitos bancarios, y mientras los especuladores habrán pescado en río revuelto e incrementado su fortuna. Pensemos
además que esto no es inmediato. Hay dos años como mínimo para hacer efectiva
esta escisión. Los miles de trabajadores españoles que residen en aquel país no
van a perder sus derechos por las buenas. Tampoco van a cerrar ahora sus puertas a los estudiantes de otros países de Europa. A Gran Bretaña le interesa mantener acuerdos recíprocamente
beneficiosos con países como el nuestro. No olvidemos que somos el lugar donde viven más británicos después de su propia nación de origen, no vamos a mandarlos de vuelta a casa y privarles del paraíso que son nuestras playas. Y a ver de dónde van a sacar ellos mejores au-pairs que las españolas, limpias,
educadas, divertidas, cariñosas y dispuestas a dejarse explotar. Y dónde van a
encontrar los ingleses mejor destino low cost de vacaciones gamberras que
Magaluf... ¿Alguien imagina una Eurovisión sin ‘Guayominí’ y una Champions sin el
Manchester United, el City, el Liverpool, el Chelsea o el Tottemham?
Nunca
me he sentido muy europea. De hecho carezco del gen que regula el sentimiento
de pertenencia a algo más grande que uno mismo. Me gustaría poder circular por el mundo sin
necesidad de tener que sacarme el pasaporte y pedir visados en las embajadas. Así
que cuando entramos en Europa aplaudí la ventaja de viajar solo con el DNI, pero me fastidió tener que enterrar mi moneda por el euro común. Luego vi que esta uniformidad podía ser una
ventaja, no había que ir al banco a
cambiar las pesetas, aunque en función del
país de procedencia unos pudieran comer de restaurante y otros tuviéramos que
darle al bocata. Al abrigo de Europa han florecido muchos caraduras, no solo en
sus instituciones, también a la sopa boba de sus ayudas. Dicen que la Unión
hace la fuerza, pero se me escapa si al ir de la mano hemos conseguido mayor
poder y crecimiento económico, sospecho que no cuando en el seno de esta
institución desde el principio ha habido países de primera y de segunda, una
clasificación que no se ha corregido con el tiempo, incluso ha ido a peor… y no
quiero señalar a Grecia, Portugal, Bulgaria…
Voy terminando. Si uno escucha a los estudiosos del proceso, ve que con el Brexit han ganado los viejos británicos temerosos de que invadan su territorio y han perdido los jóvenes profesionales que consideran una ventaja en todos los sentidos la libre circulación por el continente. En
un mundo globalizado y virtual las fronteras cada vez son más un elemento
mental que otra cosa. Dibujar y desdibujar territorios me suena a cartografía y
clase de geografía.
De modo que pediría tranquilidad, sobre todo a los catastrofistas que ven cerca el apocalipsis y les recomendaría que se den una vuelta por las redes sociales para comprobar cómo este acontecimiento tampoco nos ha hecho perder el sentido del humor.
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