Steve McCurry era considerado hasta hace bien poco lo más de lo más en fotoperiodismo, una leyenda que podía presumir de ser el autor de una de las imágenes más míticas de la historia, la de la niña afgana de ojos verdes que fue portada de la revista National Geographic en 1985. Steve se inició profesionalmente en la guerra de Afganistán y luego cubrió otros conflictos bélicos por el mundo. Apasionado de Asia, en aquel continente es donde ha desarrollado buena parte de su carrera profesional, y en sus paisajes y su gente es donde ha encontrado principalmente su inspiración.
Allá por el mes de marzo el periódico New York Times lanzó el primer dardo cuestionando la ‘perfección’ de la obra del fotógrafo. Pero desde hace algunas semanas se está poniendo en tela de juicio la honradez del bueno de McCurry al descubrir que existen sensibles diferencias entre algunas de las fotos publicadas en sus libros y las ‘originales’ que se podían ver en su propia web antes de que las hiciera desaparecer. Todo indica que el fotoperiodista utilizó la conocida herramienta de Photoshop no solo para mejorar luz, color y contraste, sino para borrar digitalmente aquellos elementos que le estorbaban en la foto porque aportaban poco a su relato visual o no contribuían al dramatismo que él buscaba.
Los profesionales del reporterismo fotográfico lo tienen claro: no se puede alterar la realidad que se transmite al público a través de una instantánea, la foto es la que es y poner o quitar después del clic es engañar. McCurry, después de verse acorralado y de justificar de una manera bastante peregrina lo sucedido, ha terminado sentenciando que él en realidad es un contador de historias, un narrador visual, y que tratará de utilizar lo menos posible el retoque digital.
En el caso de la polémica de McCurry la clave está en el carácter de la foto. Si estamos hablando de una imagen periodística para narrar un suceso real de la actualidad, no cabe duda de que habría que ser fiel a lo que se ve por el visor y a lo que ha captado la cámara en ese instante. Pero tampoco creo que se esté cometiendo un fraude si en la postproducción, antes de servir al lector el almuerzo informativo, modificas el encuadre para eliminar algo que ensucia más que aporta. Quizá al fotógrafo estadounidense se le fue la mano en esta imagen que denunciaba su colega italiano Gianmarco Maraviglia, pero sospecho que no era el fotoperiodista el que actuaba, sino el artista que buscaba una estética concreta. Personalmente solo puedo echarle en cara a McCurry su torpeza, pero no voy a dejar de considerar auténticas maravillas muchas de sus fotos, imágenes inspiradoras que documentan la vida de aquellos lugares por donde ha pasado.
No es el primero ni será el último fotógrafo al que le pillan retocando. Aquí tenéis algunos ejemplos ilustrativos de cómo caer en la tentación de dejarse llevar por Photoshop. Por algo más nimio que cualquiera de estos casos que habéis visto en ese enlace, el fotógrafo Harry Fisch perdió el concurso de National Geographic de 2012, en concreto por borrar una bolsa del plano. Aquí lo cuenta el propio artista con mucha gracia.
Confieso que en el ejercicio de mi labor profesional he alterado imágenes informativas, pero siempre con el ánimo de destacar el atractivo del producto y, de paso, hacerle un favor al protagonista de la foto. Me explico: cuando uno está en un gabinete de prensa de cualquier institución o empresa y debe generar una nota informativa para dar difusión a alguna actividad, por lo general aporta una foto que ilustra la noticia. Y es de cajón que no vas a sacar precisamente una imagen en la que los protagonistas estén poco favorecidos. Eliges la foto más digna y, si hay que decapitar al que ha quedado con los ojos cerrados y plantarle una cabeza nueva extraída de otra instantánea en la que sí abría los ojos, pues lo haces intentando, eso sí, que te quede perfecto y no se aprecie la trampa. ¿Estás faltando a la verdad? No, ese momento sí existió, lo que pasa que no lograste captarlo con tu clic, así que lo remedias con Photoshop. No mientes, no defraudas, simplemente maquillas para que quede tan agradable como es en realidad.
Todo, absolutamente todo lo que vemos ha pasado un filtro, desengañémonos. Y los primeros en modificar la realidad somos los propios usuarios que hacemos fotos con el móvil y luego las subimos a las redes sociales para presumir ante nuestros seguidores, no sin antes tratarlas, editar su encuadre y mejorarlas a base de aplicar filtros que ayuden a conseguir likes.
No quiero terminar sin declararme abiertamente fan de los hacen de la manipulación fotográfica un arte, como por ejemplo otro apellidado ‘Mc’, Stephen McMennamy. Al final, cualquiera de estas imágenes, las de McCurry y las de McMennamy, es tan digna de convertirse en un póster para adornar una pared.
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