Se llama Juan
Carlos Mompó y es el juez más eficaz de España. Entre que ve el caso y
dicta sentencia solo pasan 24 o 48 horas. Así es lógico que el CGPJ le haya
premiado por la buena gestión de su juzgado. El secreto de su éxito es
simplemente la organización y el trabajo. Está al día de las demandas que se
van presentando, se prepara todos los juicios antes de pisar la sala
de vistas y luego se lleva algo de trabajo a casa para rematar. Eso sí, sin
renunciar a su vida familiar y a hacer algo de ejercicio en el gimnasio. Agrupa
causas por temas y trata de concentrar el mayor número de juicios sobre el
mismo asunto el mismo día, pensando no tanto en él y su equipo como en los
propios afectados. La media de espera para fijar las vistas en el Juzgado
de primera instancia número 1 de Valencia es de un mes, mientras que en el
resto de juzgados puede pasar hasta un año. Le respalda un gran equipo que
conoce bien lo que se trae entre manos y que sintoniza con la forma de proceder
de este magistrado que, por cierto, no necesita salir a la calle durante su
jornada, con el frigorífico y el microondas de la oficina le basta.
Ahora imaginemos cómo sería la justicia en España si todos
los juzgados fueran así y todos los jueces fueran tan eficaces. De entrada se
evitarían casos como el de Adrián,
un joven sevillano condenado a seis meses de prisión por robar en 2008 una bicicleta del servicio municipal de la capital andaluza. Tenía entonces 18 años y digamos que no estaba muy centrado. Sí,
todo apunta a que era un pieza. Ahora piden su indulto porque dicen que está
rehabilitado, trabaja en un restaurante y con su sueldo mantiene a su mujer y
sus dos hijos, uno recién nacido. Es evidente que las circunstancias han
cambiado. No digo yo que no se mereciera un escarmiento por lo que hizo, pero
el castigo debería ser inmediato, no dilatar tanto la pena entre vistas,
sentencias, recursos, revisiones, plazos… mientras la vida va pasando y da mil
vueltas, tanto que del acusado ya no queda ni la sombra del que fue.
Procesos -en particular los relacionados con la corrupción- que se eternizan por el atasco judicial, por la complejidad de su investigación, por los recursos, por
los plazos que establece la ley o porque directamente a las partes
litigantes les conviene alargar artificialmente el caso, lo cierto es que suele
ser más común oír hablar de sentencias absolutorias que llegan cuando ya es
imposible restaurar los daños ocasionados al encausado, que de la justicia express
que abandera Mompó. Sigamos soñando.
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