Hoy me asaltaban las dudas. No sabía si dedicar este post a Bernie Ecclestone, por decir que las mujeres no somos lo suficientemente fuertes como para pilotar un coche de Fórmula 1. Me intrigaba también el caso de José Ángel Taboada, ese hombre gallego con síndrome de Diógenes que murió solo en medio de la basura que acumulaba en su casa, mientras en su Facebook atesoraba más de 3.500 ‘amigos’ ignorantes de su verdadera situación. Resultaba tentador detenerse en un lugar del suroeste de Francia llamado Arcachon, donde ya saben cómo combatir a los vándalos que, por sistema, amputaban el pene a una estatua de Hércules que adorna el municipio: la solución no es otra que recurrir a una prótesis del miembro viril de quita y pon que se colocará cuando haya una ceremonia y se desmontará después. Asunto resuelto... aunque me temo que el que sale perdiendo es el pobre dios griego...
Como comprenderéis los tres son temas que dan para mucho, pero de repente he visto a un joven escupiendo en la calle y no he podido evitar decantarme por este último asunto, que bordea lo escatológico, pero que me supera.
Un país donde la gente escupe en el suelo en medio de la calle, no puede aspirar a conquistar el mundo… a no ser que ese país se llame China, claro, y ya ni eso, porque tengo entendido que desde hace unos años, al menos en Pekín, se multa al que pillan haciendo gala de esa mala costumbre. No así en Nepal o en Birmania, donde los viandantes tienen que ir sorteando el fuego cruzado salivar.
No es la primera vez que me topo con alguien que suelta un escupitajo. Y no hablo de gente mayor, procedente de mundos lejanos o sin formación. Me refiero a jóvenes, nativos digitales diría yo, mayoritariamente hombres, aunque también he pillado a alguna dama soltando por la boca ese asqueroso gargajo sobrante. Si hasta las palabras que definen esa sustancia suenan fatal: gargajo. ¿Y qué me decís de esputo? O expectoración. ¿Y flema? Por no hablar de mucosidad. O salivazo.
Escupir en la calle es una auténtica guarrada. Me parece una costumbre de otra época. Una falta de educación. Solo pensar en que pueda llevar pegado en la suela de mi zapato el escupitajo del desconocido con el que me acabo de cruzar me da náuseas. Igualmente me repugnaría si fuera el de alguien conocido e incluso apreciado –ojo-, en eso no hago distinción.
Entonces, por qué escupe la gente. Que lo hagan los deportistas todavía tiene un pase, aunque sigue provocándome el vómito ver a los futbolistas disparar certeramente esa secreción contra el césped o a los atletas taparse uno de los orificios de la nariz para soltar a presión la mucosidad por el otro. Pero la gente que va tranquilamente andando por la calle y arroja su escupitajo, ¿a qué obedece ese comportamiento? ¿qué deseo incontrolable les posee? ¿Qué les impide esperar a llegar a un baño para desahogarse en la intimidad, o recurrir a un pañuelo, o tragárselo como hacemos los demás? ¿Escupen en el suelo de su casa? Imagino que no, aunque nunca se sabe. Hubo un tiempo, hace muchos años, antes de la evolución hacia el ciudadano español contemporáneo, en que los bares se vieron obligados a colocar en sus paredes carteles donde rezaba ‘Prohibido escupir’.
En fin, no me cabe en la cabeza que alguien mantenga esta asquerosa costumbre que, no solo ensucia y agrede visualmente a los demás, sino que, por lo visto, también es perjudicial para la salud del propio escupidor. Leo en el suplemento del diario El País La Buena Vida que la saliva es buenísima dentro de nuestro organismo. Y apuntan los expertos que nuestra salud bucal depende de la cantidad que segregamos. Así que, si no lo hacen por los demás, por favor, que cierren la boca por ellos.
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