Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

martes, 12 de abril de 2016

La culpa la tenemos los padres #stopniñofobia

Parece ser que últimamente se ha levantado la veda y ya no está tan mal visto eso de declarar abiertamente que los niños molestan en los lugares públicos de ocio. Hace algunos meses era un restaurante en Roma el que plantificaba un cartel en su escaparate avisando que los pequeños monstruitos menores de 5 años no eran bienvenidos. Mucho antes, hace un lustro, y sin tener que salir de casa, había algunos locales en Bilbao que fueron noticia por mantener la misma política de empresa. Ahora ya se cuentan por decenas los establecimientos de restauración que entre sus normas incluyen la prohibición de renacuajos. En paralelo a esta tendencia, desde hace alrededor de un año se mantiene muy activo un movimiento denominado #stopniñofobia que reivindica el derecho de estos ciudadanos bajitos que son nuestros hijos a estar en los mismos lugares que el resto y a compartir los mismos placeres de la vida.


¿Que cómo hemos llegado a esta situación de niños sí/niños no? La culpa no la tienen los niños, la tienen los padres que les consienten, incapaces de llamarles la atención cuando están sacando los pies del tiesto. Vale que son niños y que quieren jugar, por eso lo apropiado es llevarles a lugares donde sí se piensa en ellos, donde está prevista esa ‘contingencia’ y existe una zona para el esparcimiento de los pequeñajos cuando terminan de comer, no a un restaurante donde la clientela busca disfrutar en agradable compañía de una comida deliciosa y tranquila mientras se escucha de fondo una elegante melodía chill out. Claro que este escenario idílico se puede venir abajo sin necesidad de la presencia de un niño travieso, basta con un comensal adulto, de esos ciertamente insoportables, gritones y maleducados, que hablan a voces por el móvil y que emiten risotadas cuando ya van por la segunda botella de vino.

Yo he sido muy de llevar a mis hijos a todas partes conmigo desde bien pequeños. Hasta hace poco, cuando salíamos a comer por ahí, elegíamos el sitio pensando en ellos: que tuviera un parque cerca, que fuera familiar, que no hubiera copas de cristal de Bohemia sobre un mantel de hilo... Ahora que bordean la preadolescencia, decidimos en función de que el menú no se dispare en precio y abarque los gustos de todos. No recuerdo haber tenido que llamarles la atención nunca por dar la nota en un restaurante y, en todo caso, de haber pasado, habría cortado de raíz cualquier amago de sublevación. Como mucho quizá alguna vez derramaron un vaso de agua, pero yo también. Probablemente haya sido y siga siendo una madre pesada y aguafiestas, pero no me avergüenzo de haberles repetido a mis hijos hasta la extenuación que utilicen las expresiones ‘por favor’ y ‘gracias’, que pidan permiso antes de lanzarse a devorar un aperitivo en una mesa de adultos y que, en definitiva, sepan comportarse en cualquier situación. Y creo que a fuerza de ser machacona, algo de poso les ha debido quedar, aunque se les olvide cuando se mezclan con otros niños y ven que el mundo real no es como el que se empeña en pintarles su mamá. 

Resumiendo… Con un niño bien educado se puede entrar en cualquier sitio, pero -admitámoslo- llevar a un restaurante chic a un niño movido, al que eres incapaz de controlar y al que no sabes o no quieres reprender, primero es una tortura para la criatura; luego, una molestia para los clientes que te rodean; y, por último, un crimen para el que paga por degustar platos deconstruidos y termina pidiéndole al chef nuggets y patatas fritas para el niño. Yo, desde luego, nunca lo haría. Así que tampoco me molestaría ver un cartel en un restaurante prohibiendo la entrada a mis hijos. Perderían cuatro clientes, pero para algo existe aquello del reservado el derecho de admisión

Si a pesar de todo hay padres que libremente eligen la opción de martirizar a sus hijos y a quienes les rodean, les sugiero que traten de mitigar las molestias enchufándoles a las criaturas durante el almuerzo unos dibujos animados en la tablet, aunque dé pena verlos. Eso sí, que no sea a todo volumen, por favor.

1 comentario:

  1. Pues sí, cuestión de educación y empatía. Con niños y animales hay que saber elegir bien los sitios.

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