-un agobio que te cagas.
-estar todo el puñetero día preocupada.
-repetir las mismas frases sin que parezcan tener ningún efecto: recoge eso, lávate los dientes, abrígate que hace frío, no grites…
-acostarte cuando todos duermen y levantarte para despertarles.
-aguantar el tipo cuando una profesora de tu hijo te cuenta lo que ya sabes.
-cuestionarte si podías haberlo hecho mejor.
-echarte la culpa de todo.
-tener que contenerte para no arrancarles la cabeza a los que vacilan a tu hija.
-aprender a negociar.
-cruzar los dedos para que los amigos del alma de tus hijos no les defrauden.
-ser capaz de limpiar heridas aunque no soportes la sangre.
-ingeniártelas para que coman bien: más fruta y verdura, menos chuches y bollería.
-saber manejar situaciones de crisis infantiles.
-sufrir cuando tus hijos sufren y que no se note.
-procurar que aprendan a volar sin lastimarse.
-desear que sean felices.
-hacer el payaso para arrancarles una carcajada.
-dejar de hacer el payaso para no avergonzarles.
-arrepentirse de reñir.
-castigar y perdonar.
-tener miedo.
-renunciar.
-jugar a las casitas en el día de la marmota.
-rayarse continuamente y por cualquier cosa.
-amar como si te fuera la vida en ello.
Bueno, quizá ser madre no tenga nada que ver con esto, pero yo sí soy esa madre.
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