Hace 30 años, cuando el maestro nos regañaba en la escuela, había muchas posibilidades de que en casa te cayera una tremenda reprimenda y un buen castigo. "Algo habrás hecho", te decían. Así que por lo general te abstenías de jugártela. Tres décadas después, parece haberse dado la vuelta a la tortilla y abundan los padres que, ante un conflicto escolar en el que esté involucrada su criatura, no dudan en defender a ciegas al niño y pedir explicaciones al profesor. Que nada pueda traumatizar a su querubín, por favor. En qué momento y por qué se ha producido ese giro de 180 grados supone un misterio para mí.
Todos pensamos que nuestros hijos son los más guapos, los más listos y los más simpáticos, para eso somos sus padres, y repetírselo a todas horas probablemente sirva para elevar su autoestima, pero no perdamos la perspectiva. Flaco favor les hacemos si les permitimos concebir la errónea impresión de que son los 'p**** amos', sobre todo porque cuando crezcan, se enfrenten a la vida real y les caiga en suerte un jefe insoportable que les dé una orden contraria a su criterio, una de dos, o terminan en la calle o en la consulta del psiquiatra con un pedazo de frustración. Hay una tercera opción no descartable, y es que el hijo llame al padre para que le ponga los puntos sobre las íes a su jefe.
Toda esta disertación viene a cuento de las llamadas reválidas educativas. Estos días los niños de 6º de Primaria se someten a unos exámenes, establecidos por la LOMCE, para conocer su nivel de preparación. Son pruebas que no computan para el expediente escolar, es decir, que si el alumno hace una birria de examen no pasa nada, salvo que la nota media del cole se verá resentida, aunque eso ya no será un problema porque el Ministerio se ha comprometido a eliminar los rankings públicos, lo que acabará con la competencia entre fábricas de cerebros... o no. Eso sí, aunque las familias asuman que esta prueba es un mero trámite, imagino que habrá padres que se preocuparán si, cuando les llegan los resultados, comprueban que su hijo hizo una chapuza de examen. O quizá tampoco…
Yo debo ser una madre desnaturalizada. Que les pongan exámenes a mi hijos, todos los que consideren. Y deberes, todos los que hagan falta. No creo haberles visto nunca ni nerviosos ni abogiados. Si me apuras, no recuerdo haberles visto estudiar como yo lo hacía de niña, lo que entendíamos por hincar los codos, vaya. Uno es el rey del escaqueo y a la otra le cunde, así que nunca rechazaría cualquier suplemento que redunde en que el cerebro de esponja de mis criaturas siga absorbiendo. Incluida cualquier prueba de nivel, se llame Reválida, CDI o XYZ.
El diario ABC publica hoy un ejemplo de prueba. He sacado un 8 en el simulacro, así que creo que un niño de 11 o 12 años que va al día en el colegio fácilmente puede llegar al 10 si no se ha levantado con el pie izquierdo. Independientemente de lo oportuno o no de este examen, de si el modo de enfocarlo es el más adecuado en el escenario educativo que tenemos y de si se debe incluir en el mismo un cuestionario de contexto con preguntas íntimas -algo más que discutible-, he leído y escuchado aterradores argumentos en contra, desde que más exámenes estresan a los niños, hasta que si la prueba es antiopedagógica, que no valora el trabajo diario del curso, sino un momento puntual, que la corrige personal externo que ignora las singularidades del alumno, que siembra desconfianza hacia los profesores y que los resultados no generan más que conflictos.
Me da la impresión de que, de un tiempo a esta parte, de todo hacemos un mundo. Personalmente creo que someter a un niño a un examen que ni siquiera ha de estudiar no es una tortura, el chaval puede plantearlo incluso como un juego, y además le prepara para la vida real, donde constantemente debemos enfrentarnos a pruebas. Me preocupa más que se trate de un gasto innecesario y fácilmente suprimible reconduciendo la estrategia. Pero sobre todo lo que me deprime es comprobar que, en cuanto se menciona la palabra educación, surgen automáticamente dos bandos alineados con la clásica división izquierda-derecha. Así que permitidme que, si alguien vuelve a sugerir eso de poner a todos los partidos de acuerdo en un pacto por la educación, yo diga “¡Ja! No lo verán mis ojos”.
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