Que la paciencia es una gran virtud no lo discute nadie. Cada día encontramos múltiples oportunidades de comprobarlo. Esperar se hace difícil. Y ser paciente, también. Siempre me pregunto, si existiera una unidad de medida para esto, ¿cuál sería el tiempo máximo prudencial considerado tolerable antes de desesperar? Supongo que depende del nivel de aguante de cada uno. También la percepción del paso del tiempo varía según el individuo. Hay gente que siempre va con prisa y otra que parece moverse a cámara lenta. Pero al margen de extremos, por lo general cuando llegas puntual a un lugar con cita cerrada, te crees con derecho a exigir que te atiendan a tu hora. Otra cosa es cuando llegas tarde o de manera inesperada. Entonces cualquier demora es aceptable.
Digo esto porque hoy me ha tocado esperar una hora de reloj a que la pediatra del Centro de Salud atendiera a mi hijo. Nada grave, la típica gastroenteritis, pero en los 60 minutos que ha tardado en tocarnos el turno, podríamos haber incubado cualquier otro virus de esos que flotan en el ambiente, y más en este lugar siempre repleto de niños con toses y mocos.
Nos presentamos en la consulta a nuestra hora y aún teníamos por delante tres pacientes rezagados por culpa de retrasos sucesivos. Nunca he entendido que se generen esos desajustes. Así que cuando una de las citas que nos precedían llegó a durar casi media hora, comencé a sospechar que el retraso no lo provocaba la gravedad del enfermo, sino el propio protocolo médico.
Confirmé mis teorías en cuanto pasamos y vi que la doctora anotaba absolutamente todo lo que le contábamos en el ordenador, escribiendo con solo dos dedos y buscando perdida entre las letras del teclado los signos que quería emplear. Agradezco que los profesionales sanitarios dediquen el tiempo preciso y adecuado a cada paciente y que les sometan a todas las pruebas que consideren oportunas para descartar cualquier anomalía, pero estando como están las salas de espera de los centros de atención primaria, sobre todo en estas fechas, no es de recibo alargar una visita médica inútilmente porque no eres capaz de manejar el ordenador con soltura, una herramienta indispensable -igual que el fonendoscopio o el tensiómetro- en una consulta. Y no acepto eso de la edad o la falta de tiempo, querer es poder. Y además es necesario.
Ya sé que la valía del profesional en este campo no se mide por su habilidad escribiendo a máquina, pero es el plus que marca la diferencia. ¿Que si prefiero un médico brillante o un médico que sepa mecanografía? Quiero al mejor, y eso significa que no tenga carencias o, si las tiene, sepa suplirlas con ingenio. Seguro que así sus pacientes no añadirán la impaciencia a su cuadro médico sintomático.
Cariño,es como la caligrafía, la sapiencia no es directamente proporcional a la destreza.
ResponderEliminarCariño,es como la caligrafía, la sapiencia no es directamente proporcional a la destreza.
ResponderEliminar