Siendo 14 de febrero estaréis esperando que hable de amor. Pues no. Pensaréis entonces que voy a hacer algún chascarrillo sobre que Esperanza Aguirre haya elegido este día de los enamorados para dimitir como presidenta del PP. Pues tampoco. Hoy prefiero hablar de telefonía móvil. Me acabo de cambiar de operador. No es
que no estuviera contenta con el servicio, qué va, todo lo contrario. Nunca me
habían dejado tan satisfecha… Pero es que he encontrado una oferta mejor. Vamos, que con el cambio ganaba en gigas -o gemas, como dice mi madre- y ahorraba en euros, así que la
decisión ha sido puramente crematística, pero mi corazón sigue estando con la
otra empresa. Su nombre: Simyo. Es un operador virtual de telefonía que da
bastante libertad a la hora de elegir tarifa en función de las necesidades del
cliente y con precios tremendamente competitivos, incluso manejando 4G de serie.
Pero lo que ha terminado de “tocarme la patata” ha sido este correo electrónico
que he recibido el mismo día que se hacía efectiva la portabilidad de mi número
a la otra empresa:
Una lección para otras empresas sobre cómo se gana una buena
reputación y se fideliza a la clientela, porque en cuanto tenga una oportunidad
volveré, que nadie lo dude, y hasta entonces recomendaré esta compañía de telefonía a
quien me pregunte. Que aprendan otros lo que es tener clase.
Por cierto, ya me han cobrado la cuota mínima mensual a
pesar de que me he ido a comienzos de mes y no me ha dado tiempo a consumir
casi nada. Da igual. Nadie es perfecto.
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