Tengo una hermana enfermera. Durante muchos años trabajó en el servicio de Urgencias de un conocido hospital madrileño. Eso quiere decir que veía de todo, básicamente escenas dramáticas, por no decir gore. Recuerdo con qué cuajo nos solía resumir algunas jornadas especialmente duras y cómo me impresionaba que, soportando tanta tensión y siendo testigo privilegiado de historias tan desagradables, fuera capaz de no perder el ánimo ni el sentido del humor. No solo ella, en general todos sus compañeros del servicio. Y sobre todo, no implicarse emocionalmente con los pacientes -parece una regla de oro del personal sanitario-, será porque traspasar esa delgada línea roja les impediría centrarse en lo que de verdad importa, salvar vidas, rendir al cien por cien. Para eso hay que estar hecho de otra pasta. Yo, por ejemplo, la sangre solo la tolero en Anatomía de Grey.
El caso es que hace algún tiempo le surgió la oportunidad de cambiar Urgencias por el Centro de Día de Oncología del mismo hospital y la aprovechó. Significaba afrontar un nuevo reto profesional, muy enriquecedor y con menos estrés, atendiendo como quien dice a enfermos crónicos. Todo aparentemente mucho más llevadero que la locura de las emergencias. Al menos a mí desde fuera me lo parecía. Hasta que caes en la cuenta de que aquí el enemigo a combatir es el maldito cáncer y que en este lugar lo de no implicarse emocionalmente resulta bastante complicado. Los profesionales de la unidad tratan a personas de todas las edades, que tienen miedo, sienten rabia y esperan curarse sometiéndose a esos largos ciclos de quimio que les deben inyectar. Y en ese rato van sabiendo de sus vidas, se enteran de si tienen hijos, padres, novios. Conocen sus planes truncados y sus deseos para cuando todo acabe. Les ven ir y volver periódicamente y continúan donde lo dejaron, poniéndoles al día. Comparten sus penas y alegrías, conversan, imagino que a veces se ríen y otras se escapan a tomar un café para evitar que si una situación les conmueve sea interpretada por alguien como una debilidad. Por ese Centro de Día de Oncología pasa gente que no regresa, en el mejor de los casos porque se ha curado; en el peor, porque la enfermedad ganó la partida.
Hoy es el Día Mundial de Lucha Contra el Cáncer y estoy segura que allí lo habrán celebrado trabajando con una sonrisa, como todos los días, poniendo extremo cuidado en aplicar el tratamiento correcto a cada paciente, esforzándose por hacer mucho más llevadera su pesada estancia en la unidad, contando las sesiones que les faltan para completar la terapia y deseando profundamente que funcione. Y, por supuesto, acordándose nombre por nombre de todos los enfermos de cáncer que han pasado por sus manos dispuestos a librar esta batalla.
Muchas gracias por acordarte !!!Con 90 citados no ha habido celebración!
ResponderEliminarEste era especialmente dedicado a ti, por ser mi mejor (y única) fan ;-)
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